domingo, 2 de abril de 2017

Sobre la existencia como fluir

SOBRE LA EXISTENCA COMO FLUIR
Por Gerardo González Cortés
Cachagua, 2 de Sept. 2011


Estoy escuchando la balada No. 1 de Chopin.  Es magnífica. Es puro flujo, nada más que armonía en el fluir, formas en la sucesión…. ¿la sucesión de qué? Recuerdo mi angustia de pre-adolescente cuando esa conciencia falsa pero potente, aprendida qué se yo donde, me decía “el pasado ya no es, el futuro aún no es, sólo es el presente, punto ínfimo de existencia acorralada por el vacío del no-ser”.  Y tuve entonces la clara intuición de que esos conceptos de tiempo, pasado, presente y futuro eran engañosos. Ese ha sido un tema recurrente en mi búsqueda, en mi crítica al pensar y sus instrumentos lógicos y analíticos.

Ahora intuyo que en el pensamiento práctico “pasado”, “presente” y “futuro” son trozos, fragmentos de flujo y, por lo tanto, fluir al interior de ellos mismos.  Lo real, mi vivir, no es la sucesión de cuadros estáticos de una película filmada en 8mm a la que mi mente da continuidad.  El concepto de “momento” como “átomo” indivisible del devenir tiene sólo una utilidad práctica, pero es engañoso cuando es usado en una reflexión con pretensiones metafísicas.

Todo esto se relaciona con el tema de la relatividad del conocimiento humano, que se tocó marginalmente como tema en la conversación que tuvimos ayer en la Casa Franciscana. Lo introduje cuando propuse trabajar sobre los fundamentalismos religiosos y el diálogo interreligioso como tema central de la celebración del los 25 años del Encuentro de Asís. No quise abrir entonces el debate, porque requiere más tiempo y paciencia, ya que puede descalabrar andamiajes de fe.

Se dijo ahí que Benedicto XVI quiere incluir a los agnósticos en la reflexión inter religiosa. Se comentó (Pepe Arenas) como hasta no hace mucho lo peor que se podía decir en la Iglesia de alguien era que era un “libre pensador”.  Me pregunto por qué el Papa quiere incluir ahora a esos libre pensadores que son los agnósticos –con quienes me identifico cada vez más--. Quizás porque él lo es, en su fuero interno, detrás de su investidura, como lo debería ser todo intelectual honesto. Pero si él lo proclamara podría ser un terremoto en la Iglesia.

Como he escrito varias veces, el concepto de “verdad” es derivado. En esta familia de conceptos, el principal y originario es el adjetivo “verdadero” que se aplica a un juicio, afirmación, opinión, creencia, etc. Tiene sentido sólo en la mente de un ser pensante, auto-consciente de que su pensar es falible, sujeto a error y que se atreve a preguntarse cuán verdadero es lo que él sostiene o que su interlocutor sostiene. Curiosamente esta es una duda que por definición no puede atribuirse a Dios, tal cual lo concibe la Iglesia Católica y, en general, las religiones monoteístas de raíz abrahámica. En un ser cuyo conocimiento no es falible los conceptos de verdad y error, de verdadero-falso, no tienen sentido. Sostener, por tanto, que Dios es la Verdad resulta una estupidez.

Algo parecido ocurre cuando se sostiene que Dios (o el ámbito de lo divino) es atemporal, inmutable, absoluto, etc. Todos estos conceptos son creaciones de la mente humana, sus engendros. Y es sobre ese tema que quiero reflexionar ahora.      

Es obvio que la aceptación de lo real como fluir lleva implícita la aceptación de su impermanencia, y asociada a ella, la experiencia humana del propio deterioro y muerte. 

La noción de “imperfecto” –si bien adquiere pleno significado al contrastarla con la de “perfecto”, parece encontrar apoyo en la experiencia y no ser simplemente la construcción lógica, por vía de la negación, de un concepto secundario. La imperfección/perfección son atributos que experimentamos cuando, por ejemplo, nace un niño ciego, que contrasta con su hermano mayor que es vidente. En este sentido, perfecto no es un concepto límite, utópico, sino sólo la constatación de que un ser u objeto es completo, tiene todas las partes que se espera que tenga y todas funcionan razonablemente bien. Perfecto es por construcción sinónimo de “bien hecho”; imperfecto, de “mal hecho”.

Sobre el “Deus Absconditus”

Hay una corriente teológica que parece haber fascinado a Karen Armstrong. Su relato sostiene que Dios es “inagarrable” (ungraspable) mediante el conocimiento humano; que está más allá de toda comprensión.

K.A. encuentra precedentes de esta postura teológica en las doctrinas védicas (siglos 7º. y 6º. AC) y más concretamente en la “Upanishadic vision”. Sostiene así en The Great Transformation pag. 148-149:
“The focus of the Upanishads was the atman, the self, which was identical with the ‘brahman’. If the sage could discover the inner heart of his own being, he would automatically enter into the ultimate reality and liberate himself from the terror of mortality

Sin embargo, conforme a algunos de esos sabios, tanto el atman como el Brahman son realidades inagarrables por la mente humana. Agrega por esto más adelante:

“Así Yajnavalkya, el más importante rishi en la Brhadaranyaka Upanishad, se niega a definir qué entiende por “atman” cuando dice:   “About the self (atman) one can only say “not…not” {neti…neti}. He is ungraspable, for he cannot be grasped…. He is not bound… yet he neither trembles in fear nor suffer injury”.

Esta inagarrabilidad conduce finalmente a un elocuente silencio según KA: “Often a debate ends in one of the contestants falling silent, unable to proceed, and this give us a clue. The sages are conducting a brahamodya, the contest in which the competitors tried to formulate the mystery of the Brahman. The competition had always ended in silence, indicating that the reality lay beyond the grasp of speech and concept. The great sayings are not accessible to normal, secular modes of thought.”

Este silencio expresaría el carácter “inefable” de lo divino o sagrado o espiritual.

Veo dos posible aproximaciones a esta tesis, que no se excluyen:
1.       El carácter eminentemente “humano” y por lo mismo relativo a la condición humana, de nuestro conocimiento, que implica aceptar su condición de social, histórico y mediatizado necesariamente por un lenguaje, una episteme y una cosmovisión. Desde esta perspectiva, todo nuestro conocer es relativo y toda pretensión de que sea un conocer de “esencias” es cuestionable. Sin embargo ocurre que lo mismo ocurre con nuestro conocimiento del cosmos y de la naturaleza en general, que reconocemos como material, temporal, etc.
2.       La segunda perspectiva asume que hay aquí latente o explícita la influencia del “paradigma patriarcal”, que verticaliza las relaciones y asume que lo superior, el mundo de los dioses y de los espíritus, es inasible porque si pudiéramos “agarrarlo” adquiriríamos un cierto grado de dominio  sobre él, atrayendo castigos inimaginables.
mmmmm



Taranguiri National Park, Tanzania. Julio de 2014

Buscando otro documento me encontré con estas notas de hace 3 años que me parecen válidas para mi búsqueda actual. En estos días de safari con mi familia chica tuve en algún momento una intuición que trataré de expresar aquí. Tiene que ver, como otras anteriores, con una reflexión crítica sobre conceptos claves en el pensamiento occidental, como el de ‘tiempo’ o `verdad’.

Me refiero a la diferencia entre decir “yo tengo” y “yo soy”. En la primera expresión el yo se diferencia de aquello que tiene; en la segunda, se identifica con ello. Es válido para mi decir tengo una casa, porque en nada afecta a mi ser personal tenerla o no tenerla. Si digo “tengo dos manos, son mías” las estoy objetivizando a pesar de que son parte integral de mí; no obstante si las perdiera en un accidente o por enfermedad yo, como ser humano viviente, seguiría existiendo.

Ocurre algo semejante con mis pensamientos. De alguna forma al escribir estas reflexiones las estoy objetivando y haciendo posible compartirlas; sin embargo muchos de esos pensamientos contribuyen decisivamente a configurar mi forma de ser en el mundo. Es con ellos que lo que siento que soy y que me ocurre adquiere significado. Por esto tiene sentido decir que “yo soy mis creencias y mi cosmovisión”.

¿Qué soy yo?
En mi fe cristiana temprana se me enseñó a creer que, como ser humano e hijo de Dios, tengo cuerpo, que es mortal, y alma, que por ser de naturaleza espiritual es inmortal. En esta creencia yo sigo existiendo aunque mi cuerpo muera; sigo existiendo como sujeto con una identidad propia, portador de toda una historia personal y responsable por ella; capaz de conocer, sentir, gozar y sufrir. Se trataría, no obstante de un estado transitorio, ya que a partir del Juicio Final y la resurrección de la carne, mi alma se reuniría con su cuerpo, aunque ahora en un estado glorioso, en el que no tendría necesidades materiales ni envejecería. En suma, el sueño del pibe, como diría un argentino. Aunque con riesgos terribles, porque si por su trayectoria durante su existencia terrenal ese pibe mereciera el castigo eterno, lo que le esperaría sería más una horrible pesadilla que un grato sueño de anhelos alcanzados. Me cuesta entender hoy cómo pude asumir a pie juntillas estas creencias no sólo en mi niñez, sino también de adulto crecidito y bastante letrado.

En esta concepción tradicional católica –que comparten de una u otra forma la mayoría de las religiones-- es posible decir “yo tengo un alma” y “yo tengo un cuerpo”; “mi alma se acongoja o alegra mientras mi cuerpo sufre o goza”. Pero ¿qué soy yo? En esta concepción yo soy un ser compuesto por dos “substancias” de naturaleza distinta, una espiritual y otra material en el que la primera “anima” a la segunda. La muerte puede entenderse de dos formas en esta concepción: como el resultado que tiene sobre el cuerpo el que el alma lo abandone; o el que el alma abandona al cuerpo cuando éste deja de funcionar como organismo viviente por diversas causas.

Como he escrito en mis recientes reflexiones sobre Lenaers II, la noción de “espíritu” y de la existencia de un orden sobrenatural, de carácter espiritual, que explica lo que ocurre en la esfera perceptible para nosotros humanos e influye permanentemente en nuestras vidas debe ser casi tan antigua como la mente humana y la emergencia de culturas generadas y compartidas por comunidades de humanos. Es una noción tan profundamente arraigada en nuestros lenguajes y paradigmas que sigue sobreviviendo incluso en gran parte del mundo culto actual que se declara creyente.  Muchos fenómenos que en la antigüedad eran explicados por la acción de fuerzas o seres sobrenaturales son ahora ampliamente explicados por la ciencia. ¿Queda algo por explicar? Está, por cierto, la cuestión del origen y desarrollo del proceso que conduce finalmente en nuestro tiempo a la emergencia del fenómeno humano; el paso de lo extremadamente simple y aleatorio a lo extremadamente complejo e intencionado. ¿Fruto del azar o de un diseñador inteligente? Como muestro en esas notas, ni Hawking que discute el tema con gran erudición en su libro El Gran Diseño, llega a una respuesta definitiva.

Sin embargo, si dejamos entre paréntesis la explicación de la emergencia del fenómeno vida en nuestro planeta, hay bastante evidencia, al menos descriptiva, de una evolución de los seres vivientes que conduce a través de mini-saltos genéticos, fusiones y selección natural a la aparición en el planeta de la actual especie humana. A diferencia de lo que precede a la aparición de la vida, nos encontramos aquí con la programación genética como la gran responsable del fenómeno evolutivo. Se trata de algo radicalmente nuevo.  Hay un salto entre el antes y el después. ¿Hay luego otros saltos cualitativos comparables? La aparición de  la reproducción sexuada y de la muerte programada parece ser uno de ellos (punto a investigar). La aparición de la sensibilidad de los organismos vivos, el surgimiento a partir de ella de la “conciencia yoica” –como la he llamado- que explica los comportamientos específicos intencionados, la aparición luego de la conciencia refleja –crucial para construir la identidad yoica (self)— y del pensamiento racional son también grandes temas. ¿Hay emergencia gradual por mini-saltos cualitativos o hay saltos mayores que requieren de una explicación especial? Queda por último el tema de la emergencia de la conciencia moral, de los valores, lo que muchos consideran de orden espiritual o manifestaciones del espíritu humano.

Tiendo a pensar que todas estas “emergencias” son inherentes al fenómeno VIDA y que la explicación se encuentra en los genes operando en sistema a nivel del individuo viviente.

Volviendo a la pregunta inicial, ¿qué soy yo? (distinta de quién soy yo), mi respuesta sería: soy un organismo vivo que ha alcanzado como especie un nivel de evolución que le permite tener clara conciencia de sí mismo, pensar críticamente, comunicarse e interactuar con sus semejantes mediante el lenguaje y aprender; soy un ser social, que nace, crece, aprende, se pone metas, establece vínculos en constante interacción con su medio social, creando cultura al mismo tiempo que es moldeado por ella. Soy un constante fluir, como también lo es la sociedad a la que pertenezco. Soy un sistema en situación y constante actividad. Soy un sistema de alta complejidad que se fue constituyendo a lo largo del proceso de gestación y se siguió constituyendo después del nacimiento tanto por el crecimiento y maduración de mis órganos como por la interacción con mi entorno social y la consecuente socialización de mi conciencia hasta alcanzar la condición de individuo humano adulto.

Si bien soy material, las células que conforman los tejidos de mi cuerpo y moléculas y átomos que las conforman están en constante renovación, siendo el sistema el que permanece dando sustento a mi existir en constante devenir. A mis 77 años hace ya tiempo que experimento en forma sensible mi envejecer genéticamente programado. Soy un organismo viviente condenado a morir, como la inmensa mayoría de los seres vivientes en nuestro planeta. Y si quiero ser menos dramático en esta constatación, diré que estoy biológicamente programado para morir, así como estoy genéticamente programado para prolongar la existencia del genoma de mis ancestros en mis descendientes; sin embargo, debido a la reproducción sexuada, cada uno de ellos será genéticamente único.

Pienso que hay una tendencia a sobrevalorar la función del yo consciente en mi existir. Es sin duda crucial su papel en los comportamientos voluntarios y en el pensar; sin embargo gran parte de las funciones que me permiten seguir viviendo, e incluso resolver fallas sistémicas, operan con total autonomía de mi conciencia y de mi voluntad.  Constato además que mi yo consciente puede entrar en latencia (este término merece ser examinado) sin que mi existencia se vea afectada. Esto ocurre en estado de sueño profundo o si soy sometido en una operación a anestesia general. En un estado de coma traumático o inducido no dejo de existir. Pareciera que sí si hay muerte cerebral. 

Es verdad que sin mi yo consciente activo, que me permite tener emociones y sentimientos, pensar y reflexionar, hacer planes, tomar decisiones y –algo muy importante- relacionarme con otros humanos, aunque sea sólo intercambiando miradas (pienso en un tetrapléjico por accidente), dejo de ser humano. Desde esta perspectiva, niños como Rómulo y Remo en el mito romano, que habrían sido alimentados por una loba y crecido en sus primeros años sin interacción con humanos, no lo habrían llegado a ser. El existir como humano sólo se alcanza por el vivir en sociedad con otros humanos.

¿Qué soy yo, entonces? No soy un ser dual, combinación de materia inanimada y de espíritu que anima, sino organismo vivo de altísima complejidad, genéticamente programado, miembro de una sociedad de humanos como yo sin la cual no habría llegado a ser humano; capaz de pensar, de ponerme preguntas y buscar respuestas; capaz de amar y odiar, de alegrarme y de entristecerme; capaz de asumir como míos valores que trascienden mi interés personal; capaz de ponerme objetivos y de perseguirlos. Pero ninguna de estas funciones de orden supuestamente “superior” opera sin que mi corazón siga latiendo e irrigando todo mi cuerpo y, en particular, mi cerebro; sin que mis pulmones sigan oxigenando mi sangre; sin que mis demás órganos vitales (páncreas, hígado, riñones) sigan funcionando; sin que en todos los tejidos de mi cuerpo sigan muriendo y renovándose células, sin que en mi cerebro sigan apareciendo y desapareciendo sinapsis y complejas conexiones interneuronales. Soy todo esto. Soy sistema de sistemas de sistemas, y a su vez parte de sistemas que sobrepasan mi individualidad a nivel social y ecológico.

Las moléculas orgánicas son estructuras de alta complejidad aunque, si bien entiendo, no constituyen en sí mismas un sistema. Pero cada célula de mi cuerpo es un sistema; y cada tejido u órgano de mi cuerpo  es un sistema de sistemas, y todos ellos –vivientes e interactuantes—me constituyen como sistema de sistemas de sistemas.

Un corolario de esta manera de mirar a mi existencia es que mi yo consciente, con todos sus procesos y actividades, que aprehendo como fenomenológicamente distinto, es ontológicamente inseparable de todas las funciones de mi cuerpo que en forma más o menos directa están involucradas en que ocurra, como también de mi haber sido y seguir siendo ‘ser en sociedad’. Hablando en propiedad, no tengo un cuerpo, soy cuerpo viviente auto-consciente socialmente interactivo.

Escribo estas notas durante un viaje que me ha llevado con Margarita al sur de Etiopía donde hemos estado visitando tribus de semi-nómades que siguen viviendo casi como nuestros ancestros hace unos 7 mil años atrás. Ayer en una de sus aldeas, donde no hay nada de tecnología moderna, excepto recipientes de plástico en los que acarrean el agua, vimos danzas tradicionales de cortejo entre jóvenes solteros. Un niño de no más de dos años se acercó repetidamente a mí y a Margarita para cogernos las manos. Su madre se puso celosa y -según nuestro guía—le decía que se alejara de nosotros, que ella era quien lo alimentaba con su leche, pero él reclamaba que quería estar con nosotros. Hubo mucha comunicación con esa gente. Nos hablaban como si entendiéramos su lengua, muy expresivos y asertivos. La estructura y tecnología usada en sus casas no es más avanzada que la que usan algunos pájaros para hacer sus nidos. La gran diferencia que les permite interactuar entre ellos y organizarse en sociedad, heredar costumbres, asumir roles sociales, etc. es el lenguaje. Todo en lo que ellos creen lo han aprendido y transmitido a través de lenguaje oral.  Su identidad como pueblo Hammer se basa en parte en tener un lenguaje común y distinto del de otras tribus que habitan en el valle del río Omo.

Esta reflexión me lleva a otro interrogante que surge precisamente de la naturaleza social de mi existir: ¿Quién soy yo? En los habitantes de la aldea Hammer que visitamos es tan claro que su condición de miembro de esa tribu y de esa aldea es un elemento central de su identidad.  En mi caso, el haber vivido en diferentes lugares del mundo, expuesto a diferentes culturas, así como mi trabajo en el campo del diálogo y cooperación interreligiosa, han hecho que mi identificación con mi grupo de origen sea relativamente débil. Sigo siendo chileno, pero con una fuerte conciencia de ser ciudadano del mundo. Mi proceso de individuación ha sido muy pronunciado, reforzado por mi búsqueda. Sigo siendo cristiano por mis valores, pero en mi cosmovisión actual queda muy poco de mi fe original.

Sobre la emergencia del espíritu humano

Me resulta difícil pensar sobre lo que solemos incluir bajo la categoría de “espíritu humano” sin caer en el dualismo. Pienso que esto se debe a que, como dije, las nociones de “espiritual” –como adjetivo- y de “espíritu” –como sustantivo- están tan arraigadas en nuestro lenguaje y paradigmas que resulta difícil liberarse de ellas en su concepción dualista, esto es, como conceptos diametralmente opuestos a “material” y “materia” . Materia como algo in-animado y espíritu como aquello que anima a la materia son categorías analíticas de una concepción dualista que nuestra mente activa como “default” cuando construimos pensamiento. Sobre esto ya escribí con más detenimiento en mis reflexiones sobre Lenaers II.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de “espíritu humano”?. Distintos pensadores parecen tener concepciones diversas, aunque no necesariamente excluyentes. Partiendo por mis lecturas recientes, constato que, tanto Sinnot como Razeto, distinguen claramente la experiencia espiritual del pensar racional. Este último autor distingue entre una conciencia cognitiva/intelectiva/auto-consciente que razona y una conciencia cognitiva/espiritual/supra-consciente que estaría asociada a experiencias místicas. Sinnot, por su parte, se refiere al espíritu humano en los siguientes términos: En su interior ascienden como burbujas innumerables deseos que frecuentemente dominan su serena razón. Estos son experimentados, subjetivos. Los sentimientos y emociones son sus expresiones. De ahí arrancan esos odios, codicias y pasiones que han desgarrado… Pero de esa misma fuente…brotan las más hondas satisfacciones del hombre, sus ansias de belleza, sus aspiraciones morales, el amor por los semejantes y su respeto por algo que en el universo exterior sea superior a él”. Sinnot les confiere también distinta base orgánica: la razón operaría con y desde la corteza cerebral, mientras que el espíritu estaría asociado al tálamo. En sus palabras: “Escondida bajo sus pliegues (del cerebro) se encuentra sin embargo una parte más primitiva del cerebro: el tálamo, cuyo origen se remonta a los vertebrados más simples”. Agrega más adelante: “En el tálamo todo el cuerpo entra en foco, por decirlo así. Es el asiento de las emociones, el lugar donde nacen los motivos y los deseos. Si la corteza cerebral es la morada de la parte racional del hombre, puede decirse que en el tálamo se concentran las cualidades que llamamos espirituales”.

Según Sinnot lo espiritual, entendido como impulso finalista, sería evolutivamente anterior al pensamiento racional. Para Razeto, en cambio, su emergencia correspondería a una etapa evolutiva más reciente. Sinnot, refiriéndose a las ansias de belleza, aspiraciones morales y amor altruista que encontramos en los humanos, dice: “Creo que estas son las manifestaciones más excelsas de esa cualidad finalista que se inicia ya en el proceso formativo de toda célula viva”.

Como señalara anteriormente en estas notas, la aparición del fenómeno “vida” en la Tierra pareciera haber implicado un salto ontológico. Lo que definiría este salto es la emergencia de sistemas autopoyéticos (en la concepción de Maturana y Varela).  Se habla a veces de ‘materia viviente’ o ‘materia viva’, lo que me parece incorrecto. Lo apropiado es hablar de ‘organismos vivos o vivientes’, sistemas portadores de programación genética que comanda tanto sus procesos internos como su interacción con el medio ambiente y su reproducción.

¿En qué medida la emergencia ulterior, a lo largo de la evolución de los organismos vivientes en nuestro planeta, de formas de conciencia tales como la conciencia “yoica”, la auto-conciencia, la conciencia reflexiva racional y la conciencia como experiencia espiritual (mística en la conceptualización de Razeto) implican también un salto ontológico? En este momento mi respuesta a esta pregunta sería NO. Tiendo a pensar que todas ellas son el resultado de la emergencia evolutiva de sistemas de complejidad estructural y funcional creciente en organismos vivos, que se potencia en el caso de los humanos por su capacidad para desarrollar lenguaje y consecuentemente acumular, elaborar y transmitir conocimiento.

Ayer (04/08/2014) visitamos a Lucy en el museo antropológico de Addis Abeba. Se estima que vivió hace 3,2 millones de años atrás. ¿Cuán cerca de la forma humana de conciencia se encontraba su comunidad? ¿Poseían ya la capacidad de articular lenguaje hablado? Investigaciones recientes sostienen que los Neanthertal, que alcanzaron a vivir al mismo tiempo que los humanos (y que podrían haber desaparecido por obra de nuestros ancestros) tenían órganos de fonación que les habrían permitido desarrollar lenguaje articulado.  Si la tesis de Sinnot sobre el tálamo como órgano de las cualidades que llamamos espirituales es válida, cabría esperar que Lucy y sus semejantes hubieran tenido también el goce de la belleza; códigos éticos sobre lo debido, lo permitido y lo prohibido, y experimentado el amor altruista, incluso sin haber desarrollado aún la capacidad de pensamiento racional, tan estrechamente asociada al desarrollo del lenguaje y la cultura verbal.

Experimentos con reconocimiento en el espejo muestran que algunos primates actuales son capaces de reconocerse. Me parece razonable asumir que en este comportamiento se expresa algún grado de auto-conciencia.  Con mayor razón puede pensarse que en Lucy y sus semejantes se daba auto-conciencia y constitución de self, como auto-conciencia de identidad social (quien soy yo) y de roles esperados.

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Durante el viaje he seguido leyendo el libro “Cosmos Noético” de Luis Razeto. Sin referirse expresamente a la teoría emergentista, Luis usa el concepto cuando postula la existencia de ciertos “órdenes de conocimiento”. Hacia el final del cuerpo principal del libro (pp. 148-149) sostiene lo siguiente:

“El ‘orden’ de la realidad física o material resulta conocido por órganos de conocimiento igualmente físicos o materiales. El ‘orden’ de la realidad fenomenológica es conocido por la conciencia auto-consciente, un órgano cognitivo capaz de trascender lo estrictamente material. El ‘orden’ racional, esto es, la estructura racional de la realidad, buscando conocerse a si misma, habría generado sujetos cognoscentes dotados de un intelecto racional…..Algo similar habría que decir, si fuera el caso, de las experiencias cognitivas espirituales”

Luis sostiene que estos órdenes de conocimiento y sus respectivos órganos se habrían ido manifestando a lo largo de la evolución. Los tres últimos se darían en la especie humana. En otras partes del libro Luis sostiene que estos órdenes de conocimiento estarían de alguna manera ‘en potencia’ a nivel cósmico, manifestándose en el proceso evolutivo de la vida en marcha en el planeta Tierra.

Mi problema con esta distinción de órdenes tiene que ver con que usa conceptos propios de una concepción de mundo dualista como son los de “materia” y algo que “trasciende la materia”. Mi posición actual es que todo conocimiento humano es propio de la vida en un estadio avanzado de evolución.  Toda mi actividad consciente, si bien se me presenta como fenomenológicamente distinta del resto de mi actividad, no tiene autonomía ontológica respecto a mi ser total.

Si entiendo bien, Luis postula la existencia de órdenes de realidad que son conocidos por órganos correspondientes. Iré discutiendo uno por uno.

El orden de la realidad física:
Los órganos de percepción serían nuestros sentidos. Es cierto que el ojo o el oído son órganos “materiales” en cuanto son corporales, pero esa definición es muy incompleta ya que son órganos de un ser viviente; son componentes de sistemas de alta complejidad, donde cumplen la función de receptores de estímulos o señales que son modeladas por el cerebro y estructuradas con sentido o significación para el viviente que las percibe. Hay todo un conjunto de memorias y saberes que contribuyen a darle significación a lo percibido. Un rayo que es percibido por un observador moderno como una descarga eléctrica entre una nube y la tierra, es percibido por un indígena animista como una manifestación de poder divino.

El orden de la realidad fenomenológica:
Esta estaría constituida por los contenidos de conciencia en la medida en que son objetivizados por la propia conciencia al auto-observarse. ¿Es la conciencia auto-consciente distinta de la conciencia que percibe olores y formas identificables? La auto-observación puede ser incluso de “segundo grado” cuando examino críticamente mi propia observación de mis fenómenos de conciencia.

¿Es la conciencia un fenómeno que “trasciende la materia”? En mi perspectiva actual tiendo a pensar que la pregunta está mal planteada, ya que nos fuerza dentro de la concepción dualista. La pregunta correcta, en mi opinión, sería: ¿Es la conciencia un fenómeno que trasciende al ser viviente que la experimenta? Y mi respuesta sería que no, que es constitutiva de ese ser, que es algo así como una faceta de ese ser. Esto me resulta totalmente evidente en el caso de lo que he denominado “conciencia yoica”, que compartimos con infinidad de seres vivientes que muestran comportamientos intencionados en relación con su medio ambiente. ¿Lo es también en el caso de la conciencia refleja o auto-consciencia que constatamos en los humanos? Pienso que también lo es.

El orden racional:
El órgano sería el intelecto racional.  Luis postula la existencia de una  estructura racional de la realidad que buscando conocerse a si misma, habría generado sujetos cognoscentes. Tiendo a pensar que no existe una estructura racional de la realidad que sería descubierta por el intelecto humano, sino más bien que es la mente humana la que modela la realidad conforme a sus propios paradigmas haciéndola inteligible y manejable para los humanos. El discurso lógico y el analógico ocurren al interior de un sistema de conceptos construido socialmente mediante un lenguaje.

La tesis de que existiría una estructura racional de la realidad que buscando conocerse a si misma habría generado sujetos cognoscentes me parece tremendamente osada ya que postula que ella misma sería de alguna forma un “sujeto que busca”, y que “busca conocerse a sí misma”, por lo que ya sería de alguna forma consciente de sí misma en algún grado menor. Sería algo así como una persona que opta por una vida de meditación con el objetivo de conocerse mejor a sí misma.

Para mí el órgano del pensamiento racional es el cerebro de un ser humano que se ha desarrollado en sociedad e interactúa con otros seres humanos que han desarrollado a lo largo de generaciones lenguaje y cultura.

El orden espiritual


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