Sobre “OTRO
CRISTIANISMO ES POSIBLE” de Roger Lenaers
Comentarios
de Gerardo González Cortés
Santiago,
Junio de 2008.
Antes
que nada quiero expresar a Manuel Ossa el agradecimiento de quienes no hablamos
el alemán por esta excelente traducción del libro de Roger Lenaers “Otro
Cristianismo es Posible: Fe en lenguaje de modernidad”. Es un gran regalo que nos ha hecho. Quiero además agradecerle por haberme
invitado a ser parte de este panel de expertos sin tener yo mayor título para
estar aquí. Tiene especial significado para mí que uno de ellos sea José Aldunate quien fuera mi padre maestro en
mis tiempos de novicio jesuita.
No soy
ni teólogo, ni filósofo, ni historiador de la Iglesia. Mi único mérito para
comentar hoy este libro es mi condición de cristiano que busca, como Lenaers,
con libertad de pensamiento, tratando de que el temor a lo que vaya encontrando
en esta búsqueda no me paralice o haga retroceder. Estoy aquí porque intento
ser un cristiano “libre pensador”,
título tan vilipendiado por mis padres y abuelos, que ha sido impactado
por este libro y quiere compartir con ustedes sus reflexiones personales.
Anticipando
el final de mis comentarios, pienso y siento que L es mucho más hábil para
demoler que para reconstruir. En
lenguaje post-moderno podríamos decir que es un de-constructor…. Claro que no
desarma pieza por pieza, sino que pone dinamita en los cimientos, y todo el
edificio se derrumba, como hemos visto tantas veces en la televisión cuando
demuelen en Estados Unidos viejos hoteles o edificios públicos obsoletos.
Demoliendo una
Catedral Gótica
El
problema es que L no demuele un caserón de adobe abandonado por años en el
campo y lleno de ratas, sino una hermosa y sólida catedral gótica, llena de
fieles devotos que piden perdón por sus pecados y alaban a Dios por su
misericordia, en medio de cánticos hermosos y un suave olor a incienso.
La
catedral está cimentada sobre una concepción “heterónoma” de lo real, en la que
un mundo de arriba, llamémoslo “celestial”,
norma e influye decisivamente sobre el acontecer en este mundo de abajo
o “terrenal”. La dinamita que L usa para
destruir estos cimientos proviene de una concepción de mundo “autónomo” propia
de la modernidad. Según esta concepción
moderna, nuestro mundo se gobierna a partir de sus propias leyes. No existe ese
mundo de arriba, el celestial, que sería, por tanto, sólo una creación de la
mente humana, o más bien del pensar colectivo de sociedades humanas desde
tiempos remotos. Disponiendo cada vez más de una explicación científica,
natural, para lo que ocurre en nuestro mundo, no necesitamos más de una
explicación “sobrenatural”.
Para
reconstruir y redefinir la fe cristiana ahora en lenguaje de modernidad L introduce
en un paso dialéctico el concepto de “teonomía”, que confieso no termino de entender a
cabalidad.
Un
primer comentario es que, si bien L trata de minimizar su acción de “agiornamento”
llamándola “cambio de lenguaje”, lo que está haciendo involucra la sustitución
de una concepción de mundo por otra y, consecuentemente, un cambio radical de
paradigma y de proceso de pensar.
Al ir
avanzando en el libro vi con cierta complacencia y sin espanto como el ataque a
los cimientos de esta catedral medieval la hacia temblar e iban cayendo los
ángeles con sus trompetas del juicio final desde lo alto de algunos torreones
y, desde el pórtico, todos los apóstoles y la propia Virgen María. Si no hay
“corte celestial”, tampoco hay María assumpta en cuerpo glorioso (por su
condición de inmaculada), ni santos que puedan interceder por nosotros, ni
ángeles que actúan como mensajeros de Dios.
Con la caída de la imagen del apóstol Pedro se vino abajo también la
necesidad de un “vicario de Cristo en la Tierra ” y de una estructura jerárquica para
gobernar la iglesia de los seguidores de Jesús.
Muchos de los dogmas que se derrumbaron en el primer remezón ya habían
caído tiempo atrás con la
Reforma protestante, si bien entiendo que las iglesias
reformadas siguen creyendo en el Cielo.
Sigo
leyendo y una segunda descarga de dinamita hecha por tierra todo el techo de la
catedral. Dios es uno, pero no trino. Jesús no es Dios, sólo su enviado, el
Mesías esperado por Israel. Caen al
suelo aquí el núcleo central del consenso ecuménico --la confesión de fe en la Trinidad-- que traza el
límite de lo que en dicho movimiento se define como iglesias cristianas y las
que siguiendo enseñanzas de Jesús, no lo serían. Un elemento importante en la
fe y práctica religiosa de la Iglesia
Católica Romana y de las iglesias ortodoxas: la creencia y
culto a María como Theotokos, Madre de Dios,
también se derrumba.
Sin
embargo queda todavía el altar mayor intacto, la piedra angular de la fe
cristiana tal como siempre la entendí: la resurrección de Jesús. Como dice
Pablo en su carta a la comunidad de Corinto: “Si Jesús no ha resucitado, vana es nuestra fe”. Pero viene la
tercera explosión y lo destruye: no habría “otra vida” ni temporal ni eterna,
sostiene Lenears; no habrá resurrección universal
el día del Juicio Final, para pena de los justos y alegría de los pecadores; y
lo que es más, Jesús no habría resucitado ni, obviamente, ascendido a los Cielos para sentarse a la
diestra del Padre.
Reconstruyendo un
templo cristiano moderno sobre las ruinas de la catedral.
L,
usando su propuesta “teonómica”, trata de reconstruir algo que, para seguir con
la imagen de la catedral gótica que he estado usando, podríamos llamar “templo cristiano
moderno” sobre las ruinas de la catedral medieval.
Hay
cosas en este nuevo templo diseñado por L que me gustan y me hacen sentir en él
“como en casa”; otras, no. Por ejemplo, La idea de una iglesia católica más
democrática y participativa, respetuosa de la autonomía de sus miembros. Una
moral centrada en vivir en nuestra propia época y situación de vida el
mandamiento del amor a Dios, a nosotros mismos y a nuestros prójimos, y no ya
en el cumplimiento de preceptos y reglas rígidas de supuesta validez universal.
Me complace también la creencia en un
Dios que “aparece como el fundamento más
profundo del cosmos, al que pertenece el ser humano,” y de su evolución en
el tiempo que se hace historia; nuestra historia. Para representar analógicamente la relación de
Dios con su creación L descarta la imagen del alfarero por heterónoma y propone
la del músico que toca en su instrumento una melodía. Noto que en esa imagen
hay cero autonomía de la creatura respecto a su creador. A mi me satisface más la imagen de un “programador de computación” que introduce elementos aleatorios en su
programa y lo va monitoreando a medida que se despliega. No hay determinismo
mecánico, pero sí dirección del proceso.
Coincido en todo caso con L en que la relación entre creador y creación
es progresiva y sostenida en el tiempo.
Aprecio
igualmente la crítica de L a la noción de “pecado original” y a concebir la
muerte de Jesús como “sacrificio expiatorio”, que se replicaría en la
celebración de la eucaristía. Desde hace años pienso que una de las desviaciones históricas de la fe
cristiana ha consistido en poner como
núcleo central al complejo ley-pecado-salvación, que me parece expresa una
concepción de Dios basada en el paradigma patriarcal, que es profundamente
heterónoma. Se concibe a Dios como un
ser supremo, en la cúspide de una estructura piramidal de poder, que dicta la
ley y por lo mismo, como los emperadores de la antigüedad, está por encima de
ella. Quien viola la ley peca y merece
castigo; quien la observa, premio. Pero el soberano, que está por encima de la
ley puede graciosamente, sin violarla, perdonar al pecador. El sacrificio expiatorio, que no es magia, no
obliga a perdonar, sólo demuestra la voluntad de quien lo ofrece de someterse
nuevamente al dominio del soberano, de acatar su voluntad y se usa por eso para
complacerle y recibir perdón misericordioso.
¿Cuán sólido es
este templo moderno de la fe cristiana?
Como
dije, hay tesis en el planteamiento de L que no me convencen y otras que
definitivamente considero inconsistentes. Veamos algunos ejemplos. Me referiré
a las sagradas escrituras como fuente de revelación divina; al intento de L de darle sentido pleno a la
muerte de Jesús sin que sea sacrificio expiatorio; a la sobrevivencia de Jesús después de su
muerte, sin que haya resucitado, lo que nos lleva al tema de la esperada “vida
eterna” y, finalmente, al dilema de conciliar un Dios concebido como creador
amoroso de sus criaturas con la extinción de éstas a su muerte.
1. La
idea de revelación divina, ¿no es también heterónoma?
¿Por
qué a pesar de relativizar las Sagradas Escrituras (“un libro de testimonios,
no de oráculos”, dice), sostiene L que “la Biblia entera … es para nosotros una fuente de la
revelación de Dios que se ha decantado en palabras humanas, más rica que la Ilíada , los Upanishades y
el Corán”? La idea misma de un Dios que se revela a través de profetas o
escritos inspirados parece ser profundamente heterónoma. Igual que la idea de “pueblo elegido” y de un
Mesías enviado por Dios para liberarlo. Sostiene también L que los textos del
Nuevo Testamento son los canales a “a
través de los cuales la iglesia primitiva realizó la cristalización de su
propia fe”, de ahí su importancia para la tradición. Pero ocurre que esa
comunidad primitiva, al igual que el mismo Jesús y sus discípulos, percibía y pensaba su mundo a través de una
mirada, una mente y un lenguaje heterónomos.
¿Cómo afecta esto al valor de esa “cristalización de su propia fe”?
2. El
sentido de la muerte en cruz sin sacrificio expiatorio
En este
nuevo constructo de fe en lenguaje de modernidad L intenta darle sentido a la
muerte cruel y humillante de Jesús en la cruz, descartando que este haya sido
un sacrificio expiatorio para pagar por todos los pecados de la Humanidad . Sostiene
así que Jesús aceptó esa muerte para “permanecer
fiel a su misión”. Y como esa misión
en la perspectiva teonómica no sería de
sacrificio expiatorio, L sostiene que “lo
que salva consiste en la irradiación de
su opción de vida, la cual atrae y mueve y cambia a los seres humanos
convirtiéndolos en personas mejores. Lo que salva es también la fuerza
liberadora de su anuncio, la cual da pruebas de ser confiable precisamente
porque él se entregó por este anuncio hasta su muerte.” (190-191). En otras
palabras, la misión de Jesús sería dar un ejemplo de vida, que en la medida en
que es adoptado por sus seguidores los hace mejores. Si ser “camino” era su
misión, no parece necesario que tuviera que morir como murió. Por otra parte, si este mundo nuestro es tan
“autónomo” como pretende L, la decisión de Poncio Pilatos podría haber sido
otra y en ese caso Jesús habría seguido predicando su mensaje y enseñando su
camino y cumpliendo su misión sin pasar por la muerte en cruz. Esta habría sido sólo un accidente
desafortunado, o un fracaso, como sostiene el Reverendo Moon.
3. Jesús
sin haber resucitado sigue viviente en y para sus seguidores
La
sobrevivencia de Jesús es uno de los puntos en que encuentro
inconsistencias. Si entendí bien, según
L Jesús, al no haber resucitado, seguiría como “viviente” en la memoria de sus
seguidores. Sería algo así como la sobrevivencia de la espiritualidad de San
Francisco de Asís en los franciscanos.
Confieso que no me satisface para nada esta forma de presencia de Jesús.
Refiriéndose al significado del Credo, dice L: “La frase ‘resucitó de entre los muertos’ es una imagen del hacer
completamente uno con Dios, el cual es vida y creatividad sin medida”. Lo
de ‘subir al cielo’ “significa
desaparecer en Dios, es decir, que en la muerte libremente aceptada de Jesús se
ha cumplido su unificación total con el milagro divino original” (235).
En mi opinión, ser viviente para un
humano como Jesús quiere decir mantener su identidad de persona humana, lo que
es inconciliable con desaparecer en Dios así como una gota de lluvia en el mar,
que es la imagen que usa L para referirse a la muerte de los seres humanos en
general. Diciendo las cosas crudamente:
si Jesús es sólo un humano con misión, si no posee un alma espiritual e
inmortal, si no ha resucitado en “cuerpo glorioso” según la creencia heterónoma
tradicional, simplemente dejó de existir y, en consecuencia, no puede ni fundirse
ni unirse con la Divinidad ,
ni nada por el estilo. Lo mismo ocurriría con todos nosotros, si bien L se
refiere en forma poética a nuestra simple y llana extinción.
4. Sobre
Dios, creador amoroso, y el triste destino de sus amadas creaturas
Quiero
centrarme ahora en como L concibe la relación de Dios con nosotros, los
humanos. L excluye el panteísmo: Dios es distinto del cosmos. Tiene una visión
Teilhardiana de creación evolutiva; sostiene así que “Dios muestra su rostro en la figura de un universo en continua
gestación, culminando en el proceso humano”. Sostiene que “la esencia de Dios, misterio original,
es el amor”. Dios es personal: “Este
ser incluye conocimiento y afecto, y allí ya aparece un rostro, un tú que nos
conoce y que se inclina hacia nosotros” (85) En algunos párrafos los dichos de L sobre
Dios me recuerdan el culto al Sagrado Corazón de Jesús; por ejemplo, cuando
dice: “El no se siente agraviado por lo
que hacemos…. El es pura irradiación y está siempre inclinado a nuestro bien,
no a sí mismo.(206) “Por otra parte, lo que hacemos no le es
indiferente…. El sigue llamando a la puerta”. Y somos nosotros –niños
malos—quienes no se la abrimos. Habla
aquí claramente L de una relación amorosa, interpersonal, entre Dios y los seres
humanos.
Si
queremos ser estrictos con nuestro lenguaje, en código moderno es incorrecto
decir que “Dios es amor”, porque “amor” es un concepto abstracto, una idea. Lo
que es evidente para nuestra experiencia humana es que existen seres que aman y
que son amados y, en la experiencia más plena, seres que se aman y que al
hacerlo respetan la identidad del otro y su unicidad. No existe el amor en sí. Tampoco existe como
fusión. Sólo persiste en el abrazo, en el que la identidad de los amantes
permanece intacta. Sólo existe como relación entre seres con conciencia de
identidad y de alteridad, y sólo mientras dura esa relación. Y conecto lo que
acabo de decir sobre el amor con lo que L piensa del morir de Jesús y
nuestro. La forma en que él concibe la
muerte de Jesús implica el término de su relación amorosa con su “Padre” Dios.
Lo mismo para nosotros. Si he leído
correctamente a L, concluyo que esto constituye una inconsistencia en su
pensamiento “teonómico”.
Creo
que el problema radica en que L le ata las manos a Dios, limita su libertad, al
asumir que siendo “el milagro original y santo” que actúa desde la profundidad cósmica
y dirige todo este proceso de complejidad creciente, está forzado a respetar el nomos cósmico, las
leyes de la naturaleza, que como sabemos, más que leyes que se imponen son
regularidades que expresan un alto grado de probabilidad.
El
dilema que se me plantea hoy, al comentar este libro de L, es el siguiente: Si
la esencia (no me gusta la palabra) de Dios es amar, si es ese amor el que
anima el proceso evolutivo de la creación y si los seres humanos somos el fruto
maduro de ese proceso, éste adquiere sentido sólo si de alguna manera todo culmina con la unión/abrazo entre Dios y
cada uno de sus amados amantes que mantienen su identidad personal en su
relación con el Tú divino. Si esto no es
así, Dios no es amor, hay que concebirlo
de otro modo, o podemos simplemente olvidarnos de él.
Consideración
final: otra posible lectura teonómica
Tengo
la impresión de que en L hay una extraña
mezcla de misticismo con un cierto fundamentalismo racionalista, positivista,
cientificista, y que ambos se expresan en
el movimiento dialéctico de su
pensamiento entre heteronomía, autonomía y teonomía. El otro mundo que descarta L al criticar la
concepción heterónoma es el de la “corte celestial”, locus donde habitarían --por
decirlo de algún modo-- seres de naturaleza espiritual, como Dios, los ángeles
y las almas de los justos, junto con dos seres más complejos, ya que
mantendrían su cuerpo pero en estado glorioso: Jesús y su madre María. En
alguna parte tenebrosa de ese otro mundo estaría Lucifer y sus secuaces,
castigados por su rebeldía a estar eternamente alejados de Dios y cuya
principal ocupación sería tentar a los humanos para que también desobedezcan a
Dios y, en castigo, sus almas después de la muerte les vayan a hacer compañía.
Cuando
L descarta como mítico esos supuestos
ámbitos celestial e infernal de lo real, pareciera reducir lo efectivamente
existente al mundo natural, cada vez mejor conocido y explicado en su origen y
operación por las ciencias. Todo lo que
huela a sobrenatural es descartado por L, excepto Dios, a quien concibe como
trascendente e inmanente a su creación. ¿Pero –me pregunto y les pregunto-- por qué la
creación se va a reducir a este mundo natural, material, extenso? ¿Por qué no
puede incluir también seres de otra naturaleza, como los que la tradición
judeo-cristiana y de otras religiones ha llamado “ángeles”? No estoy diciendo
aquí que creo en los ángeles, pero sí que creo en la posibilidad de que
existan.
Cuando era novicio jesuita tuve una crisis de
fe más racional que visceral. La superé cuando llegué a la convicción de que mi
propia razón humana concluía dos cosas: primero, que su capacidad de conocer
era limitada y necesariamente relativa y que, por tanto, cabía pensar que
existían muchos ámbitos de lo real que se le escapaban. Y segundo, que esos
ámbitos misteriosos para mí o en general para los seres humanos, podían ser
tanto o más importantes para nuestra existencia que los conocidos. Así, pensar
que lo no conocido o no conocible (por los seres humanos) no existe o es
irrelevante sería sólo una demostración de estrechez mental y antropocentrismo. Pero todo esto es válido sólo cuando se
quiere seguir el camino del pensar racional. Hay otros caminos, entre ellos las
rutas exploradas por los místicos, que parecen permitir penetrar en el misterio
de una forma más experiencial y emocional. L confiere importancia a estos
caminos, especialmente para nuestra relación con Dios.
Los cristianos, incluido L por cierto,
creemos en un Dios personal, libre y poderoso, que nos ama como a hijos e
hijas, que nos envió a Jesús para enseñarnos el camino hacia El y que nos
fortalece con su espíritu. Ya sea que lo
concibamos como un músico que interpreta su obra --como propone L—o como un
programador que monitorea constantemente
el “genoma” de su creación, lo sabemos
libre para cambiar su melodía o para
ajustar su programa, sobre todo si tenemos en cuenta que ese programa introduce
azar y que sus principales actores, los seres humanos, gozamos de un cierto
grado de libertad. Me parece pretencioso negarle a Dios la posibilidad de
intervenir en los procesos de su creación.
Pienso por lo mismo que está en sus manos hacer “milagros” en el sentido de cosas no
esperadas según las rutinas que observamos en la naturaleza, que nos resultan
admirables. El propio L se refiere a
Dios como “el milagro original y santo”. Si El es un milagro, si la pequeña fracción
de su creación que conocemos se nos aparece también como un continuo, admirable
y misterioso milagro ¿por qué no va a poder Dios encontrar la forma de que su
hijo amado, sobreviva de verdad,
manteniendo su identidad única de Jesús de Nazaret, pero bajo otras condiciones
de existencia, las de Cristo, el enviado? Sobre todo si el propio Jesús lo esperaba así
y se lo dijo a sus discípulos. Un
razonamiento semejante podemos hacer respecto a nosotros, los hermanos y
hermanas de Jesús, a quien él prometió un lugar en la casa de su Padre.
En síntesis, pienso que por el camino de la
razón y a partir del conocimiento actual sobre la vida en el planeta Tierra, de
la que formamos parte, que es a su vez una mínima fracción del Universo, podemos concluir la necesidad de un algo o
alguien que da cuenta de un proceso evolutivo caracterizado por la
diversificación y creciente complejidad de su organización, que estaría
alcanzando su máxima expresión conocida en el espíritu humano. Todo el resto de nuestro concebir a Dios
viene de nuestra opción de fe. De
nuestra opción de corazón por Jesús como maestro y guía y de lo que él nos ha
contado sobre Dios, nuestro Padre común, y que nos llega a través de las
escrituras y de la tradición. La forma
como concibe L a Dios –personal, con conocimiento y afectos, amoroso, que
golpea a nuestra puerta…-- se sustenta
sólo en esa fe en Jesús. La visión
amable y bucólica que nos entrega San Francisco de Asís sobre la naturaleza sólo es posible reproducirla cuando se la mira
a través de los anteojos de su fe en Jesús. Si nos sacamos esos anteojos, lo
que vemos es la competencia más brutal por sobrevivir entre individuos y
especies, incluyendo la especie humana.
Y es sólo a partir de esa fe que resulta plausible concebir a un Dios que
nos ama y que se revela a través de profetas y, finalmente del propio
Jesús. Sólo a partir de esa fe en un
Dios que es actor protagónico de nuestra historia --desde dentro, desde abajo,
como dice L- tiene sentido creer en
otros “milagros”, como la propia resurrección de Jesús y que envíe su Espíritu
en Pentecostés, cambiando corazones atemorizados en valerosos. Para creer en todo eso se requiere creer en el
testimonio de quienes lo vivieron y fueron testigos y en la larga cadena de los
que creyeron en los que creyeron. No
interesa mucho saber o entender cómo lo hizo Dios si se cree en su amor y en su
poder y se acepta que, por nuestra limitada capacidad de conocer, eso
permanecerá en el misterio.
¿Es esta una visión teonómica alternativa a
la de L? No lo sé. Tenemos que
conversarlo. Hasta aquí llego hoy en mi búsqueda. Muchas gracias.