jueves, 30 de marzo de 2017

Comentarios sobre "Otro cristianismo es posible" de Roger Lenaers

Sobre “OTRO CRISTIANISMO ES POSIBLE” de Roger Lenaers
Comentarios de Gerardo González Cortés
Santiago, Junio de 2008.

Antes que nada quiero expresar a Manuel Ossa el agradecimiento de quienes no hablamos el alemán por esta excelente traducción del libro de Roger Lenaers “Otro Cristianismo es Posible: Fe en lenguaje de modernidad”.  Es un gran regalo que nos ha hecho.  Quiero además agradecerle por haberme invitado a ser parte de este panel de expertos sin tener yo mayor título para estar aquí. Tiene especial significado para mí que uno de ellos sea  José Aldunate quien fuera mi padre maestro en mis tiempos de novicio jesuita.  

No soy ni teólogo, ni filósofo, ni historiador de la Iglesia. Mi único mérito para comentar hoy este libro es mi condición de cristiano que busca, como Lenaers, con libertad de pensamiento, tratando de que el temor a lo que vaya encontrando en esta búsqueda no me paralice o haga retroceder. Estoy aquí porque intento ser un cristiano “libre pensador”,  título tan vilipendiado por mis padres y abuelos, que ha sido impactado por este libro y quiere compartir con ustedes sus reflexiones personales.

Anticipando el final de mis comentarios, pienso y siento que L es mucho más hábil para demoler que para reconstruir.  En lenguaje post-moderno podríamos decir que es un de-constructor…. Claro que no desarma pieza por pieza, sino que pone dinamita en los cimientos, y todo el edificio se derrumba, como hemos visto tantas veces en la televisión cuando demuelen en Estados Unidos viejos hoteles o edificios públicos obsoletos.

Demoliendo una Catedral Gótica

El problema es que L no demuele un caserón de adobe abandonado por años en el campo y lleno de ratas, sino una hermosa y sólida catedral gótica, llena de fieles devotos que piden perdón por sus pecados y alaban a Dios por su misericordia, en medio de cánticos hermosos y un suave olor a incienso.

La catedral está cimentada sobre una concepción “heterónoma” de lo real, en la que un mundo de arriba, llamémoslo “celestial”,  norma e influye decisivamente sobre el acontecer en este mundo de abajo o “terrenal”.  La dinamita que L usa para destruir estos cimientos proviene de una concepción de mundo “autónomo” propia de la modernidad.  Según esta concepción moderna, nuestro mundo se gobierna a partir de sus propias leyes. No existe ese mundo de arriba, el celestial, que sería, por tanto, sólo una creación de la mente humana, o más bien del pensar colectivo de sociedades humanas desde tiempos remotos. Disponiendo cada vez más de una explicación científica, natural, para lo que ocurre en nuestro mundo, no necesitamos más de una explicación “sobrenatural”.

Para reconstruir y redefinir la fe cristiana ahora en lenguaje de modernidad L introduce en un paso dialéctico el concepto de “teonomía”,  que confieso no termino de entender a cabalidad.

Un primer comentario es que, si bien L trata de minimizar su acción de “agiornamento” llamándola “cambio de lenguaje”, lo que está haciendo involucra la sustitución de una concepción de mundo por otra y, consecuentemente, un cambio radical de paradigma y de proceso de pensar.

Al ir avanzando en el libro vi con cierta complacencia y sin espanto como el ataque a los cimientos de esta catedral medieval la hacia temblar e iban cayendo los ángeles con sus trompetas del juicio final desde lo alto de algunos torreones y, desde el pórtico, todos los apóstoles y la propia Virgen María. Si no hay “corte celestial”, tampoco hay María assumpta en cuerpo glorioso (por su condición de inmaculada), ni santos que puedan interceder por nosotros, ni ángeles que actúan como mensajeros de Dios.  Con la caída de la imagen del apóstol Pedro se vino abajo también la necesidad de un “vicario de Cristo en la Tierra” y de una estructura jerárquica para gobernar la iglesia de los seguidores de Jesús.  Muchos de los dogmas que se derrumbaron en el primer remezón ya habían caído tiempo atrás con la Reforma protestante, si bien entiendo que las iglesias reformadas siguen creyendo en el Cielo.

Sigo leyendo y una segunda descarga de dinamita hecha por tierra todo el techo de la catedral. Dios es uno, pero no trino. Jesús no es Dios, sólo su enviado, el Mesías esperado por Israel.  Caen al suelo aquí el núcleo central del consenso ecuménico --la confesión de fe en la Trinidad-- que traza el límite de lo que en dicho movimiento se define como iglesias cristianas y las que siguiendo enseñanzas de Jesús, no lo serían. Un elemento importante en la fe y práctica religiosa de la Iglesia Católica Romana y de las iglesias ortodoxas: la creencia y culto a María como Theotokos, Madre de Dios,  también se derrumba.

Sin embargo queda todavía el altar mayor intacto, la piedra angular de la fe cristiana tal como siempre la entendí: la resurrección de Jesús. Como dice Pablo en su carta a la comunidad de Corinto: “Si Jesús no ha resucitado, vana es nuestra fe”. Pero viene la tercera explosión y lo destruye: no habría “otra vida” ni temporal ni eterna, sostiene Lenears;  no habrá resurrección universal el día del Juicio Final, para pena de los justos y alegría de los pecadores; y lo que es más, Jesús no habría resucitado ni, obviamente,  ascendido a los Cielos para sentarse a la diestra del Padre.

Reconstruyendo un templo cristiano moderno sobre las ruinas de la catedral.

L, usando su propuesta “teonómica”, trata de reconstruir algo que, para seguir con la imagen de la catedral gótica que he estado usando, podríamos llamar “templo cristiano moderno” sobre las ruinas de la catedral medieval. 

Hay cosas en este nuevo templo diseñado por L que me gustan y me hacen sentir en él “como en casa”; otras, no. Por ejemplo, La idea de una iglesia católica más democrática y participativa, respetuosa de la autonomía de sus miembros. Una moral centrada en vivir en nuestra propia época y situación de vida el mandamiento del amor a Dios, a nosotros mismos y a nuestros prójimos, y no ya en el cumplimiento de preceptos y reglas rígidas de supuesta validez universal.  Me complace también la creencia en un Dios que “aparece como el fundamento más profundo del cosmos, al que pertenece el ser humano,” y de su evolución en el tiempo que se hace historia; nuestra historia.  Para representar analógicamente la relación de Dios con su creación L descarta la imagen del alfarero por heterónoma y propone la del músico que toca en su instrumento una melodía. Noto que en esa imagen hay cero autonomía de la creatura respecto a su creador. A mi me satisface más  la imagen de un “programador de computación”  que introduce elementos aleatorios en su programa y lo va monitoreando a medida que se despliega. No hay determinismo mecánico, pero sí dirección del proceso.  Coincido en todo caso con L en que la relación entre creador y creación es progresiva y sostenida en el tiempo.

Aprecio igualmente la crítica de L a la noción de “pecado original” y a concebir la muerte de Jesús como “sacrificio expiatorio”, que se replicaría en la celebración de la eucaristía. Desde hace años pienso que  una de las desviaciones históricas de la fe cristiana ha consistido en  poner como núcleo central al complejo ley-pecado-salvación, que me parece expresa una concepción de Dios basada en el paradigma patriarcal, que es profundamente heterónoma.  Se concibe a Dios como un ser supremo, en la cúspide de una estructura piramidal de poder, que dicta la ley y por lo mismo, como los emperadores de la antigüedad, está por encima de ella.  Quien viola la ley peca y merece castigo; quien la observa, premio. Pero el soberano, que está por encima de la ley puede graciosamente, sin violarla, perdonar al pecador.  El sacrificio expiatorio, que no es magia, no obliga a perdonar, sólo demuestra la voluntad de quien lo ofrece de someterse nuevamente al dominio del soberano, de acatar su voluntad y se usa por eso para complacerle y recibir perdón misericordioso.  

¿Cuán sólido es este templo moderno de la fe cristiana?

Como dije, hay tesis en el planteamiento de L que no me convencen y otras que definitivamente considero inconsistentes. Veamos algunos ejemplos. Me referiré a las sagradas escrituras como fuente de revelación divina;  al intento de L de darle sentido pleno a la muerte de Jesús sin que sea sacrificio expiatorio;  a la sobrevivencia de Jesús después de su muerte, sin que haya resucitado, lo que nos lleva al tema de la esperada “vida eterna” y, finalmente, al dilema de conciliar un Dios concebido como creador amoroso de sus criaturas con la extinción de éstas a su muerte.

1.         La idea de revelación divina, ¿no es también heterónoma?

¿Por qué a pesar de relativizar las Sagradas Escrituras (“un libro de testimonios, no de oráculos”, dice), sostiene L que “la Biblia entera … es para nosotros una fuente de la revelación de Dios que se ha decantado en palabras humanas, más rica que la Ilíada, los Upanishades y el Corán”? La idea misma de un Dios que se revela a través de profetas o escritos inspirados parece ser profundamente heterónoma.  Igual que la idea de “pueblo elegido” y de un Mesías enviado por Dios para liberarlo. Sostiene también L que los textos del Nuevo Testamento son los canales a “a través de los cuales la iglesia primitiva realizó la cristalización de su propia fe”, de ahí su importancia para la tradición. Pero ocurre que esa comunidad primitiva, al igual que el mismo Jesús y sus discípulos,  percibía y pensaba su mundo a través de una mirada, una mente y un lenguaje heterónomos.  ¿Cómo afecta esto al valor de esa “cristalización de su propia fe”?

2.         El sentido de la muerte en cruz sin sacrificio expiatorio

En este nuevo constructo de fe en lenguaje de modernidad L intenta darle sentido a la muerte cruel y humillante de Jesús en la cruz, descartando que este haya sido un sacrificio expiatorio para pagar por todos los pecados de la Humanidad. Sostiene así que Jesús aceptó esa muerte para “permanecer fiel a su misión”.  Y como esa misión en la perspectiva teonómica no sería  de sacrificio expiatorio, L sostiene que “lo que salva  consiste en la irradiación de su opción de vida, la cual atrae y mueve y cambia a los seres humanos convirtiéndolos en personas mejores. Lo que salva es también la fuerza liberadora de su anuncio, la cual da pruebas de ser confiable precisamente porque él se entregó por este anuncio hasta su muerte.” (190-191). En otras palabras, la misión de Jesús sería dar un ejemplo de vida, que en la medida en que es adoptado por sus seguidores los hace mejores. Si ser “camino” era su misión, no parece necesario que tuviera que morir como murió.  Por otra parte, si este mundo nuestro es tan “autónomo” como pretende L, la decisión de Poncio Pilatos podría haber sido otra y en ese caso Jesús habría seguido predicando su mensaje y enseñando su camino y cumpliendo su misión sin pasar por la muerte en cruz.  Esta habría sido sólo un accidente desafortunado, o un fracaso, como sostiene el Reverendo Moon.

3.         Jesús sin haber resucitado sigue viviente en y para sus seguidores

La sobrevivencia de Jesús es uno de los puntos en que encuentro inconsistencias.  Si entendí bien, según L Jesús, al no haber resucitado, seguiría como “viviente” en la memoria de sus seguidores. Sería algo así como la sobrevivencia de la espiritualidad de San Francisco de Asís en los franciscanos.  Confieso que no me satisface para nada esta forma de presencia de Jesús. Refiriéndose al significado del Credo, dice L: “La frase ‘resucitó de entre los muertos’ es una imagen del hacer completamente uno con Dios, el cual es vida y creatividad sin medida”. Lo de ‘subir al cielo’ “significa desaparecer en Dios, es decir, que en la muerte libremente aceptada de Jesús se ha cumplido su unificación total con el milagro divino original” (235). En  mi opinión, ser viviente para un humano como Jesús quiere decir mantener su identidad de persona humana, lo que es inconciliable con desaparecer en Dios así como una gota de lluvia en el mar, que es la imagen que usa L para referirse a la muerte de los seres humanos en general.  Diciendo las cosas crudamente: si Jesús es sólo un humano con misión, si no posee un alma espiritual e inmortal, si no ha resucitado en “cuerpo glorioso” según la creencia heterónoma tradicional, simplemente dejó de existir y, en consecuencia, no puede ni fundirse ni unirse con la Divinidad, ni nada por el estilo. Lo mismo ocurriría con todos nosotros, si bien L se refiere en forma poética a nuestra simple y llana extinción.

4.         Sobre Dios, creador amoroso, y el triste destino de sus amadas creaturas

Quiero centrarme ahora en como L concibe la relación de Dios con nosotros, los humanos. L excluye el panteísmo: Dios es distinto del cosmos. Tiene una visión Teilhardiana de creación evolutiva; sostiene así que “Dios muestra su rostro en la figura de un universo en continua gestación, culminando en el proceso humano”.  Sostiene que “la esencia de Dios, misterio original,  es el amor”. Dios es personal: “Este ser incluye conocimiento y afecto, y allí ya aparece un rostro, un tú que nos conoce y que se inclina hacia nosotros” (85)  En algunos párrafos los dichos de L sobre Dios me recuerdan el culto al Sagrado Corazón de Jesús; por ejemplo, cuando dice: “El no se siente agraviado por lo que hacemos…. El es pura irradiación y está siempre inclinado a nuestro bien, no a sí mismo.(206)  “Por otra parte, lo que hacemos no le es indiferente…. El sigue llamando a la puerta”. Y somos nosotros –niños malos—quienes no se la abrimos.  Habla aquí claramente L de una relación amorosa, interpersonal, entre Dios y los seres humanos.

Si queremos ser estrictos con nuestro lenguaje, en código moderno es incorrecto decir que “Dios es amor”, porque “amor” es un concepto abstracto, una idea. Lo que es evidente para nuestra experiencia humana es que existen seres que aman y que son amados y, en la experiencia más plena, seres que se aman y que al hacerlo respetan la identidad del otro y su unicidad.  No existe el amor en sí. Tampoco existe como fusión. Sólo persiste en el abrazo, en el que la identidad de los amantes permanece intacta. Sólo existe como relación entre seres con conciencia de identidad y de alteridad, y sólo mientras dura esa relación. Y conecto lo que acabo de decir sobre el amor con lo que L piensa del morir de Jesús y nuestro.  La forma en que él concibe la muerte de Jesús implica el término de su relación amorosa con su “Padre” Dios. Lo mismo para nosotros.  Si he leído correctamente a L, concluyo que esto constituye una inconsistencia en su pensamiento “teonómico”.  

Creo que el problema radica en que L le ata las manos a Dios, limita su libertad, al asumir que  siendo “el milagro original y santo” que actúa desde la profundidad cósmica y dirige todo este proceso de complejidad creciente,  está forzado a respetar el nomos cósmico, las leyes de la naturaleza, que como sabemos, más que leyes que se imponen son regularidades que expresan un alto grado de probabilidad.         

El dilema que se me plantea hoy, al comentar este libro de L, es el siguiente: Si la esencia (no me gusta la palabra) de Dios es amar, si es ese amor el que anima el proceso evolutivo de la creación y si los seres humanos somos el fruto maduro de ese proceso, éste adquiere sentido sólo si de alguna manera  todo culmina con la unión/abrazo entre Dios y cada uno de sus amados amantes que mantienen su identidad personal en su relación con el Tú divino.  Si esto no es así,  Dios no es amor, hay que concebirlo de otro modo, o podemos simplemente olvidarnos de él.

Consideración final: otra posible lectura teonómica

Tengo la impresión de que en L hay  una extraña mezcla de misticismo con un cierto fundamentalismo racionalista, positivista, cientificista,  y que ambos se expresan en el movimiento  dialéctico de su pensamiento entre heteronomía, autonomía y teonomía.  El otro mundo que descarta L al criticar la concepción heterónoma es el de la “corte celestial”, locus donde habitarían --por decirlo de algún modo-- seres de naturaleza espiritual, como Dios, los ángeles y las almas de los justos, junto con dos seres más complejos, ya que mantendrían su cuerpo pero en estado glorioso: Jesús y su madre María. En alguna parte tenebrosa de ese otro mundo estaría Lucifer y sus secuaces, castigados por su rebeldía a estar eternamente alejados de Dios y cuya principal ocupación sería tentar a los humanos para que también desobedezcan a Dios y, en castigo, sus almas después de la muerte les vayan a hacer compañía.

Cuando L descarta  como mítico esos supuestos ámbitos celestial e infernal de lo real, pareciera reducir lo efectivamente existente al mundo natural, cada vez mejor conocido y explicado en su origen y operación por las ciencias.  Todo lo que huela a sobrenatural es descartado por L, excepto Dios, a quien concibe como trascendente e inmanente a su creación.   ¿Pero –me pregunto y les pregunto-- por qué la creación se va a reducir a este mundo natural, material, extenso? ¿Por qué no puede incluir también seres de otra naturaleza, como los que la tradición judeo-cristiana y de otras religiones ha llamado “ángeles”? No estoy diciendo aquí que creo en los ángeles, pero sí que creo en la posibilidad de que existan.

Cuando era novicio jesuita tuve una crisis de fe más racional que visceral. La superé cuando llegué a la convicción de que mi propia razón humana concluía dos cosas: primero, que su capacidad de conocer era limitada y necesariamente relativa y que, por tanto, cabía pensar que existían muchos ámbitos de lo real que se le escapaban. Y segundo, que esos ámbitos misteriosos para mí o en general para los seres humanos, podían ser tanto o más importantes para nuestra existencia que los conocidos. Así, pensar que lo no conocido o no conocible (por los seres humanos) no existe o es irrelevante sería sólo una demostración de  estrechez mental y antropocentrismo.  Pero todo esto es válido sólo cuando se quiere seguir el camino del pensar racional. Hay otros caminos, entre ellos las rutas exploradas por los místicos, que parecen permitir penetrar en el misterio de una forma más experiencial y emocional. L confiere importancia a estos caminos, especialmente para nuestra relación con Dios.

Los cristianos, incluido L por cierto, creemos en un Dios personal, libre y poderoso, que nos ama como a hijos e hijas, que nos envió a Jesús para enseñarnos el camino hacia El y que nos fortalece con su espíritu.  Ya sea que lo concibamos como un músico que interpreta su obra --como propone L—o como un programador que monitorea  constantemente el “genoma” de su creación,  lo sabemos libre para  cambiar su melodía o para ajustar su programa, sobre todo si tenemos en cuenta que ese programa introduce azar y que sus principales actores, los seres humanos, gozamos de un cierto grado de libertad. Me parece pretencioso negarle a Dios la posibilidad de intervenir en los procesos de su creación.  Pienso por lo mismo que está en sus manos  hacer “milagros” en el sentido de cosas no esperadas según las rutinas que observamos en la naturaleza, que nos resultan admirables.  El propio L se refiere a Dios como “el milagro original y santo”.  Si El es un milagro, si la pequeña fracción de su creación que conocemos se nos aparece también como un continuo, admirable y misterioso milagro ¿por qué no va a poder Dios encontrar la forma de que su hijo amado,  sobreviva de verdad, manteniendo su identidad única de Jesús de Nazaret, pero bajo otras condiciones de existencia, las de Cristo, el enviado?  Sobre todo si el propio Jesús lo esperaba así y se lo dijo a sus discípulos.  Un razonamiento semejante podemos hacer respecto a nosotros, los hermanos y hermanas de Jesús, a quien él prometió un lugar en la casa de su Padre.

En síntesis, pienso que por el camino de la razón y a partir del conocimiento actual sobre la vida en el planeta Tierra, de la que formamos parte, que es a su vez una mínima fracción del Universo,  podemos concluir la necesidad de un algo o alguien que da cuenta de un proceso evolutivo caracterizado por la diversificación y creciente complejidad de su organización, que estaría alcanzando su máxima expresión conocida en el espíritu humano.  Todo el resto de nuestro concebir a Dios viene de nuestra opción de fe.  De nuestra opción de corazón por Jesús como maestro y guía y de lo que él nos ha contado sobre Dios, nuestro Padre común, y que nos llega a través de las escrituras y de la tradición.  La forma como concibe L a Dios –personal, con conocimiento y afectos, amoroso, que golpea a nuestra puerta…--  se sustenta sólo en esa fe en Jesús.  La visión amable y bucólica que nos entrega San Francisco de Asís sobre la naturaleza  sólo es posible reproducirla cuando se la mira a través de los anteojos de su fe en Jesús. Si nos sacamos esos anteojos, lo que vemos es la competencia más brutal por sobrevivir entre individuos y especies, incluyendo la especie humana.  Y es sólo a partir de esa fe que resulta plausible concebir a un Dios que nos ama y que se revela a través de profetas y, finalmente del propio Jesús.  Sólo a partir de esa fe en un Dios que es actor protagónico de nuestra historia --desde dentro, desde abajo, como dice L-  tiene sentido creer en otros “milagros”, como la propia resurrección de Jesús y que envíe su Espíritu en Pentecostés, cambiando corazones atemorizados en valerosos.  Para creer en todo eso se requiere creer en el testimonio de quienes lo vivieron y fueron testigos y en la larga cadena de los que creyeron en los que creyeron.  No interesa mucho saber o entender cómo lo hizo Dios si se cree en su amor y en su poder y se acepta que, por nuestra limitada capacidad de conocer, eso permanecerá en el misterio.

¿Es esta una visión teonómica alternativa a la de L?  No lo sé. Tenemos que conversarlo. Hasta aquí llego hoy en mi búsqueda. Muchas gracias.


My path into interfaith

My path into Interfaith


By Dr. Gerardo Gonzalez[1]

Although I still feel young in my heart, I have been walking my life for almost seven decades. Although I am living again in the same city where I was born –Santiago of Chile-, along the last 40 years of my life I had the opportunity to live in different places of the world –among them Paris, Hanoi, Kathmandu and New York—and to visit many others, as international officer of the United Nations. Being in touch in those places with an amazing diversity of cultures and religions allowed me to discover that Humankind is more complex in spiritual terms than the uni-dimentional religious environment where I lived my childhood and adolescence. 

Actually, I was born in an observant Roman Catholic family (one of my uncles was a Jesuit priest) and in a country where at that time around 90 percent of the population identified themselves as “Catholic”. I went to a Catholic school and high school ran by the Jesuits and from 18 to 25 years old I was a Jesuit myself, starting studies to become a priest.  All that happened before the Vatican II Council, which produced a Copernican revolution within the Catholic Church, particularly as far as its relations with other Christian churches and other religions are concerned. So, I was taught that “there is no salvation outside the Catholic Church” and in secondary school we had a course of “apologetics” where we learned how to defend our faith from the poisonous teachings of the Protestants.  Nevertheless, I never had to use those teachings because all the people I was dealing with were Catholic. Actually, my first contact with Protestants –mainly Pentecostals—took place when I was in the Seminar of the Jesuits and, strictly speaking, was not a contact, but only a competition to proselytize families living in slums.

I started opening my mind, heart and soul to other religions rather late in my life, when I went in 1985 with my family to live in Vietnam and my wife decided to become a Buddhist. Three years later we moved to Nepal where we met Lama Gangchen, a Tibetan Buddhist monk, who became the spiritual guide of my wife and my personal friend.  His openness and respect for the people of other religions was an inspiring example for me. It was only in 1995 that I became actively involved in the cause of interfaith dialogue and cooperation for peace thanks to Lama Gangchen. He came to visit us in Santiago with the idea of promoting the creation of something like a “spiritual United Nations”. Then, I helped him to transform that intuition into a proposal for the creation of the “United Nations Spiritual Forum for World Peace”. Three years later we started a project aimed at transforming that seed-idea into a collective proposal, supported by a wide array of spiritual leaders, religious institutions and interfaith organizations.

The way in which I presented in 1999 the concept of a “spiritual forum” to the participants of a seminar in Geneva expresses clearly my vision of interfaith dialogue and cooperation. I said:

Allow me to start with a powerful image. Close your eyes and visualise a wide field at night illuminated by a tenuous light produced by many oil lamps spread around. They are made of different materials: iron, bronze, stone, glass, clay. They are different in size and shape. They are burning different kinds of oil.  But they have in common that each one of them produces a beautiful flame. Imagine now that these lamps start moving closer each other, forming a circle, none of them in the centre. And see now how the light coming from all these lamps, melts in a common shinning light, while their shape and the unique colour of each individual flame remains intact.  This is how we anticipate that the UN Spiritual forum will be: The place for different spiritual energies strengthening each other in the common goal to build up a genuine peace in the world.

This text helps to understand what is for me interfaith dialogue and cooperation (ID&C) and why I have devoted my life to this cause.

Firstly, ID&C is feasible and makes sense when there is a common cause, which in this case is “peace”.  I realised that when we focus on “doxa”, id est, on the doctrine, believes system or cosmo-vision, the differences among the large variety of religions, spiritual traditions and emergent spiritual movements active in the world are usually deep and difficult to overcome.  Actually, most of the religiously motivated violence in the history of Humankind has been caused by differences in doctrine, with the self-proclaimed “orthodoxes” persecuting and even killing the “heretics”, or the dominant religious communities forcing the dominated minorities to converse themselves to the “true religion”. Instead, when we focus on their value systems and ethical paradigms, we find a lot of similarities and convergent trends. Consequently, if interfaith dialogue focuses mainly on share values --such as justice, solidarity, respect and love—common goals will easily emerge, calling for cooperation among individuals and communities professing different faiths or following diverse spiritual traditions.  So, in the above vision, the light of the lamps must be understood as spiritual energy –the transforming power of love- rather than the possession of the “truth”.

Secondly, an important condition for a productive ID&C is mutual respect.  Large and small communities, people belonging to old religions and to emergent spiritual movements treat each other respectfully. Being in a circle with an empty center means that nobody is heading or dominating the others.  All are united because they are inspired in common values and share common goals.  Actually –this is my personal view—what we respect in ID&C are not necessarily the believes of the others, but their right to remain in the religion or spiritual tradition of their parents or to chose a new one ... or no one. Because we respect the religious freedom of our partners, we approach respectfully to their respective faiths, with an open heart ready to find admirable teachings, which can enrich our spiritual life. So, --speaking from my own Christian faith-- appreciation of diversity in nature, in culture and in spirituality as a marvellous gift of God is a basic condition for cultivating ID&C.

These are some of the principles that I have learnt while practicing ID&C for already ten years at the local level in our “Spiritual Forum of Santiago for Peace”, with the participation of people from 14 different spiritual traditions and linked to 23 value-oriented organizations; and at the world level, within the United Religions Initiative, with its more than 280 cooperation circles, as well as in the Partnership Committee of the project “Towards the creation of a spiritual forum for world peace at the United Nations” , to which I am devoting now the best of my energy and love.

Santiago, Chile. December 2005.             


[1] Gerardo Gonzalez, doctor in Social-Psychology by the Paris University (Sorbonne), spent most of his professional life working in the field of  Population and Sustainable Development as international officer of the United Nations.  Since 1997, when he retired from the UN, he has devoted most of his time and energy to interfaith activities for peace. At present Gerardo is the Director of the international project “Towards the creation of a spiritual forum for world peace at the United Nations”, one of the founders of the Network of International Interfaith Organizations - NIIO; the Coordinator of the Spiritual Forum of Santiago for Peace (Cooperation Circle of the United Religions Initiative –URI), and  member of the Senior Advisory Council of URI.