martes, 4 de abril de 2017

Comentarios a "Cosmos Noético" de Luis Razeto

Comentarios a “Cosmos Noético” de Luis Razeto
Por Gerardo González Cortés
2014

Durante el viaje he seguido leyendo el libro “Cosmos Noético” de Luis Razeto. Sin referirse expresamente a la teoría emergentista, Luis usa el concepto cuando postula la existencia de ciertos “órdenes de conocimiento”. Hacia el final del cuerpo principal del libro (pp. 148-149) sostiene lo siguiente:

“El ‘orden’ de la realidad física o material resulta conocido por órganos de conocimiento igualmente físicos o materiales. El ‘orden’ de la realidad fenomenológica es conocido por la conciencia auto-consciente, un órgano cognitivo capaz de trascender lo estrictamente material. El ‘orden’ racional, esto es, la estructura racional de la realidad, buscando conocerse a si misma, habría generado sujetos cognoscentes dotados de un intelecto racional…..Algo similar habría que decir, si fuera el caso, de las experiencias cognitivas espirituales”

Luis sostiene que estos órdenes de conocimiento y sus respectivos órganos se habrían ido manifestando a lo largo de la evolución. Los tres últimos se darían en la especie humana. En otras partes del libro Luis sostiene que estos órdenes de conocimiento estarían de alguna manera ‘en potencia’ a nivel cósmico, manifestándose en el proceso evolutivo de la vida en marcha en el planeta Tierra.

Mi problema con esta distinción de órdenes tiene que ver con que usa conceptos propios de una concepción de mundo dualista como son los de “materia” y algo que “trasciende la materia”. Mi posición actual es que todo conocimiento humano es propio de la vida en un estadio avanzado de evolución.  Toda mi actividad consciente, si bien se me presenta como fenomenológicamente distinta del resto de mi actividad, no tiene autonomía ontológica respecto a mi ser total.

Si entiendo bien, Luis postula la existencia de órdenes de realidad que son conocidos por órganos correspondientes. Iré discutiendo uno por uno.

El orden de la realidad física:
Los órganos de percepción serían nuestros sentidos. Es cierto que el ojo o el oído son órganos “materiales” en cuanto son corporales, pero esa definición es muy incompleta ya que son órganos de un ser viviente; son componentes de sistemas de alta complejidad, donde cumplen la función de receptores de estímulos o señales que son modeladas por el cerebro y estructuradas con sentido o significación para el viviente que las percibe. Hay todo un conjunto de memorias y saberes que contribuyen a darle significación a lo percibido. Un rayo que es percibido por un observador moderno como una descarga eléctrica entre una nube y la tierra, es percibido por un indígena animista como una manifestación de poder divino.

El orden de la realidad fenomenológica:
Esta estaría constituida por los contenidos de conciencia en la medida en que son objetivizados por la propia conciencia al auto-observarse. ¿Es la conciencia auto-consciente distinta de la conciencia que percibe olores y formas identificables? La auto-observación puede ser incluso de “segundo grado” cuando examino críticamente mi propia observación de mis fenómenos de conciencia.

¿Es la conciencia un fenómeno que “trasciende la materia”? En mi perspectiva actual tiendo a pensar que la pregunta está mal planteada, ya que nos fuerza dentro de la concepción dualista. La pregunta correcta, en mi opinión, sería: ¿Es la conciencia un fenómeno que trasciende al ser viviente que la experimenta? Y mi respuesta sería que no, que es constitutiva de ese ser, que es algo así como una faceta de ese ser. Esto me resulta totalmente evidente en el caso de lo que he denominado “conciencia yoica”, que compartimos con infinidad de seres vivientes que muestran comportamientos intencionados en relación con su medio ambiente. ¿Lo es también en el caso de la conciencia refleja o auto-consciencia que constatamos en los humanos? Pienso que también lo es.

El orden racional:
El órgano sería el intelecto racional.  Luis postula la existencia de una  estructura racional de la realidad que buscando conocerse a si misma, habría generado sujetos cognoscentes. Tiendo a pensar que no existe una estructura racional de la realidad que sería descubierta por el intelecto humano, sino más bien que es la mente humana la que modela la realidad conforme a sus propios paradigmas haciéndola inteligible y manejable para los humanos. El discurso lógico y el analógico ocurren al interior de un sistema de conceptos construido socialmente mediante un lenguaje.

La tesis de que existiría una estructura racional de la realidad que buscando conocerse a si misma habría generado sujetos cognoscentes me parece tremendamente osada ya que postula que ella misma sería de alguna forma un “sujeto que busca”, y que “busca conocerse a si misma”, por lo que ya sería de alguna forma consciente de si misma en algún grado menor. Sería algo así como una persona que opta por una vida de meditación con el objetivo de conocerse mejor.

Para mí el órgano del pensamiento racional es el cerebro de un ser humano que se ha desarrollado en sociedad e interactúa con otros seres humanos que han desarrollado a lo largo de generaciones lenguaje y cultura. No hablo de un cerebro disecado y guardado en formol, sino du un cerebro de un ser viviente que está vivo, aunque suene redundante. En un artículo reciente (El Mercurio 21/08/2014 pag. A.13) se dan datos impactantes sobre la capacidad del cerebro: “Ray Kurzweil estimó hace más de 10 años el poder de procesamiento del cerebro humano en 10 petaFLOPs (10 mil billones de cálculos por segundo). Pero se quedó corto: algunos estiman que para alcanzar al cerebro humano se requeriría un procesador a una hexaescala, es decir capaz de realizar un trillón de operaciones por segundo”.  El artículo destaca una diferencia importante entre computadores actuales y el cerebro humano que pienso ayuda a entender el fenómeno de conciencia refleja o auto-conciencia. El computador es principalmente secuencial, mientras que el cerebro funciona en paralelo, siendo capaz de realizar simultáneamente numerosas tareas. Una de ellas –pienso- es desdoblarse y observarse a si misma como auto-conciencia de conciencia yoica. Ni la conciencia yoica ni la refleja existen en sí, sino sólo como cerebro en funcionamiento complementado por todos sus órganos auxiliares, como es el caso de los sentidos.

El orden espiritual

¿Requieren las “experiencias cognitivas espirituales” de otro órgano, distinto al cerebro? ¿Permiten éstas conocer un orden de realidad que no es alcanzable por Luis se refiere a experiencias místicas y las hay de muchos tipos. Tratando de encontrar respuesta a esta pregunta he estado aprendiendo sobre distintas corrientes místicas que analizo en el anexo I de estas notas.




ANEXO I

Mirada psicológica a diversas “experiencias cognitivas espirituales”

He estado leyendo sobre diversas experiencias místicas en un intento por dilucidar si se trata de una vía confiable de conocimiento de un “orden espiritual”, no alcanzable por la vía de la percepción o de la elaboración racional, o si se trata más bien de experiencias auto y/o hétero-inducidas, que caerían en el orden de realidad fenomenológica.  Con esta interrogante en mente examinaré información sobre algunos testimonios de experiencias cognitivas que suelen ser consideradas de carácter espiritual. Me refiero a experiencias místicas en el marco de religiones monoteístas, como es el caso del cristianismo y del Islam; de experiencias chamánicas en el contexto de sociedades animistas, y finalmente personas que se identifican con la corriente actual espiritualista.

1.       La experiencia mística según San Juan de la Cruz
Estas reflexiones se basan principalmente en una primera lectura de su obra clásica titulada “Noche oscura del alma”.
a.      Una experiencia basada en la fe. En las notas introductorias a las obras de San Juan de la Cruz en el sitio de Internet consultado (www.corazones.org) se dice: “La contemplación no es por sí misma un fin, sino que debe conducir al amor y a la unión con Dios por el amor ….. El amor lleva a las alturas de la contemplación, pero como que amor es producto de la fe, que es el único puente que puede salvar el abismo que separa nuestra inteligencia de la infinitud de Dios, la fe ardiente y vívida es el principio de la experiencia mística. San Juan no se cansó nunca de inculcar esa doctrina”. Así toda la experiencia mística de San Juan y la forma como la verbaliza en sus escritos se funda en una concepción de lo real, en una cosmovisión, que incluye como actor central a Dios tal cual lo concebía la fe cristiana de la época. Es una experiencia cognitiva de un hombre de fe, que no se pregunta acerca de Dios, sino que sólo explora caminos para amarle plenamente y gozar de ese amor.Contemplación distinta a imaginación y razonamiento. En el capítulo 10 de Noche el santo escribe: “porque los lleva ya Dios por otro camino, que es de contemplación, diferentísimo del primero; porque el uno es de meditación y discurso, y el otro no cae en imaginación ni discurso.”
b.      Contemplación requiere pasividad paciente frente a acción divina. Agrega San Juan en el mismo capítulo: El estilo que han de tener en ésta del sentido es que no se den nada por el discurso y meditación, pues ya no es tiempo de eso, sino que dejen estar el alma en sosiego y quietud, aunque les parezca claro que no hacen nada y que pierden tiempo, y aunque les parezca que por su flojedad no tienen gana de pensar allí nada; que harto harán en tener paciencia en perseverar en la oración sin hacer ellos nada. Sólo lo que aquí han de hacer es dejar el alma libre y desembarazada y descansada de todas las noticias y pensamientos, no teniendo cuidado allí de qué pensarán y meditarán, contentándose sólo con una advertencia amorosa y sosegada en Dios, y estar sin cuidado y sin eficacia y sin gana de gustarle o de sentirle; porque todas estas pretensiones desquietan y distraen el alma de la sosegada quietud y ocio suave de contemplación que aquí se da.”
c.       Contemplación como infundida por Dios. “De donde a esta tal alma le conviene no hacer aquí caso que se le pierdan las operaciones de las potencias, antes ha de gustar que se le pierdan presto, porque, no estorbando la operación de la contemplación infusa que va Dios dando, con más abundancia pacífica la reciba, y dé lugar a que arda y se encienda en el espíritu el amor que esta oscura y secreta contemplación trae consigo y pega al alma. Porque contemplación no es otra cosa que infusión secreta, pacífica y amorosa de Dios, que, si la dan lugar, inflama al alma en espíritu de amor.” (el destacado es mío).
d.      ¿Qué entiende San Juan por “secreta”? Como explica en el capítulo 10, la contemplación es secreta en un doble sentido:
i.        Lo conocido a través de la contemplación es inimaginable, indescriptible: “Porque, como aquella sabiduría interior es tan sencilla y tan general y espiritual, que no entró al entendimiento envuelta ni paliada con alguna especie o imagen sujeta al sentido, de aquí es que el sentido e imaginativa, como no entró por ellas ni sintieron su traje y color, no saben dar razón ni imaginarla para decir algo de ella, aunque claramente ve que entiende y gusta aquella sabrosa y peregrina sabiduría.”
ii.      Es íntima, solitaria, alejada del mundo: “… también esta sabiduría mística tiene propiedad de esconder al alma en sí. Porque, demás de lo ordinario, algunas veces de tal manera absorbe al alma y sume en su abismo secreto, que el alma echa de ver claro que está puesta alejadísima y remotísima de toda criatura; de suerte que le parece que la colocan en una profundísima y anchísima soledad, donde no puede llegar alguna humana criatura, como un inmenso desierto que por ninguna parte tiene fin, tanto más deleitoso, sabroso y amoroso, cuanto más profundo, ancho y solo, donde el alma se ve tan secreta cuando se ve sobre toda temporal criatura levantada.” Cabe notar que esa separación es hacia arriba en sentido simbólico. Acercarse a Dios implica en esta visión alejarse del mundo terrenal.
iii.    Y por todo esto este conocer místico conlleva una sabiduría inefable:Y tanto levanta entonces y engrandece este abismo de sabiduría al alma, metiéndola en las venas de la ciencia de amor, que le hace conocer no solamente quedar muy baja toda condición de criatura acerca de este supremo saber y sentir divino, sino también echar de ver cuán bajos y cortos y en alguna manera impropios son todos los términos y vocablos con que en esta vida se trata de las cosas divinas, y cómo es imposible, por vía y modo natural, aunque más alta y sabiamente se hable en ellas, poder conocer ni sentir de ellas como ellas son, sin la iluminación de esta mística teología. Y así, viendo el alma en la iluminación de ella esta verdad, de que no se puede alcanzar y menos declarar por términos vulgares y humanos, con razón la llama secreta”
e.       De cómo esta sabiduría secreta es también escala. En los capítulos 18 a 20 San Juan aborda dos temas cruciales: (1)  que la ruta mística es como una escala con gradas que permiten ascender hacia el encuentro con Dios y (2) que ese avanzar no es lineal, sino que está lleno de altibajos entre estados de gozo y sufrimiento, de luz y oscuridad, de consolación y de desolación.
i.        Las diez gradas de la escala mística: Se trata de grados de amor en la relación entre la Esposa (el alma) y el Esposo (Dios). De manera muy resumida, son según San Juan las siguientes:
·         “El primer grado de amor hace enfermar al alma provechosamente. … porque en esta enfermedad desfallece el alma al pecado y a todas las cosas que no son Dios, por el mismo Dios”
·         “El segundo grado hace al alma buscar sin cesar. … Aquí, en este grado, tan solícita anda el alma, que en todas las cosas busca al Amado”
·         El tercer grado de la escala amorosa es el que hace al alma obrar y la pone calor para no faltar. En este grado las obras grandes por el Amado tiene por pequeñas, las muchas por pocas, el largo tiempo en que le sirve por corto, por el incendio de amor que ya va ardiendo. … Hácele aquí otro efecto admirable, y es que se tiene por más mala averiguadamente para consigo que todas las otras almas: lo uno, porque le va el amor enseñando lo que merece Dios; y lo otro, porque, como las obras que aquí hace por Dios son muchas, y todas las conoce por faltas e imperfectas, de todas saca confusión y pena, conociendo tan baja manera de obrar por un tan alto Señor”.  En estos párrafos aparece un concepto de amor a Dios fuertemente afectado por el paradigma patriarcal, lo que comento a pie de pagina[1]
·         “El cuarto grado de esta escala de amor es en el cual se causa en el alma, por razón del Amado, un ordinario sufrir sin fatigarse. En ninguna manera aquí el alma busca su consuelo ni gusto, ni en Dios ni en otra cosa, ni anda deseando ni pretendiendo pedir mercedes a Dios, porque ve claro que hartas las tiene hechas, y queda todo su cuidado en cómo podrá dar algún gusto a Dios y servirle algo por lo que él merece y de él tiene recibido, aunque fuese muy a su costa.”  Se trata aquí –pienso- de un amor desinteresado, pero que se entiende en una relación vertical, patriarcal.
·         “El quinto grado de la escala de amor hace al alma apetecer y codiciar a Dios impacientemente.”
·         “El sexto grado hace correr al alma ligeramente a Dios y dar muchos toques en él, y sin desfallecer corre por la esperanza, que aquí el amor (que) la ha fortificado la hace volar ligero. … La causa de esta ligereza en amor … es … por estar aquí el alma poco menos que purificada del todo,”. Aparece aquí implícita la convicción de que el alma humana en su condición normal está cargada de impurezas, convicción que es propia de un dualismo radical.
·         “El séptimo grado de esta escala hace atrever al alma con vehemencia. Aquí el amor ni se aprovecha del juicio para esperar, ni usa de consejo para se retirar, ni con vergüenza se puede enfrenar, porque el favor, que ya Dios aquí hace al alma, la hace atrever con vehemencia.”
·         El octavo grado de amor hace al alma asir y apretar sin soltar, según la Esposa dice (Ct. 3, 4) en esta manera: ‘Hallé al que ama mi corazón y ánima, y túvele, y no le soltaré’.”
·         “El nono grado de amor hace arder al alma con suavidad. Este grado es el de los perfectos, los cuales arden ya en Dios suavemente, porque este ardor suave y deleitoso les causa el Espíritu Santo por razón de la unión que tienen con Dios.”
·         El décimo y el último grado de esta escala secreta de amor, que ya no es de esta vida, …. hace el alma asimilarse totalmente a Dios, por razón de la clara visión de Dios que luego posee inmediatamente el alma, que, habiendo llegado en esta vida al nono grado, sale de la carne. Y, como decimos, esta visión es la causa de la similitud total del alma con Dios, porque así lo dice san Juan (1 Jn. 3, 2), diciendo: Sabemos que seremos semejantes a él, no porque el alma se hará tan capaz como Dios, porque eso es imposible, sino porque todo lo que ella es se hará semejante a Dios; por lo cual se llamará, y lo será, Dios por participación.”  Hay que notar que San Juan habla de esta última etapa no porque la haya experimentado, sino porque su tocayo, el evangelista Juan, lo deja entender en sus escritos que son en la fe cristiana palabra revelada
ii.      Los altibajos de la ruta mística. Según San Juan el avance en la escala no es lineal a causa del trabajo que el propio Dios va haciendo con el alma. Dice al respecto a inicios del capítulo 10: Podemos también llamarla escala porque, así como la escala, esos mismos pasos que tiene para subir, los tiene también para bajar, así también esta secreta contemplación, esas mismas comunicaciones que hace al alma, que la levanta en Dios, la humillan en sí misma.
f.        El método de Dios: Porque las comunicaciones que verdaderamente son de Dios esta propiedad tienen: que de una vez levantan y humillan al alma; porque en este camino el bajar es subir, y el subir, bajar, pues el que se humilla es ensalzado, y el que se ensalza, humillado (Lc. 14, 11)”. … “cómo en este camino (dejando aparte lo espiritual que no se siente) echará de ver cuántos altos y bajos padece, y cómo tras la prosperidad que goza, luego se sigue alguna tempestad y trabajo, tanto, que parece que le dieron aquella bonanza para prevenirla y esforzarla para la siguiente penuria, y cómo también, después de la miseria y tormenta, se sigue abundancia y bonanza; de manera que le parece al alma que, para hacerla aquella fiesta, la pusieron primero en aquella vigilia. Y éste es el ordinario estilo y ejercicio del estado de contemplación hasta llegar al estado quieto: que nunca permanece en un estado, sino todo es subir y bajar.
g.      El por qué del método: “Y la causa de esto es que, como el estado de perfección, que consiste en perfecto amor de Dios y desprecio de sí, no puede estar sino con estas dos partes, que es conocimiento de Dios y de sí mismo, de necesidad ha de ser el alma ejercitada primero en el uno y en el otro, dándole ahora a gustar lo uno engrandeciéndola, y haciéndola ahora probar lo otro y humillándola, hasta que, adquiridos los hábitos perfectos, cese ya el subir y bajar, habiendo ya llegado y viéndose con Dios, que está en el fin de esta escala, …”
h.      El poema que encierra toda esta teología mística
        Todo el texto de San Juan de la Cruz presentado más arriba no es más que la explicación del poema o canción que sigue, presentada por el autor al principio de su obra. Queda claro así que para el santo el lenguaje poético resulta más adecuado para expresar su experiencia mística que el discurso racional. Leerlo ahora, después de haber leído al menos parte de las explicaciones, ayuda a comprender su significado.

Canciones del alma

1. En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada.

2. A oscuras y segura,
por la secreta escala, disfrazada,
¡oh dichosa ventura!,
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.

3. En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.

4. Aquésta me guiaba
más cierto que la luz de mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.

5. ¡Oh noche que guiaste!
¡oh noche amable más que el alborada!
¡oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada!

6. En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido, y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.

7. El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.

8. Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.


2.       Consolación y desolación: discernimiento de espíritus según san Ignacio de Loyola.

Los altibajos del camino místico de san Juan de la Cruz (1542-1591) parecen corresponder a lo que san Ignacio de Loyola (1491-1556) conceptualiza como experiencias de consolación y desolación espiritual.
a.      Qué entiende Ignacio por consolación y desolación
En sus Reglas de Discernimiento del Espíritu Ignacio define estos estados del alma en los siguientes términos:
i.         Llamo consolación cuando en el ánima se causa alguna moción interior, con la cual viene la ánima a inflamarse en amor de su Criador y Seńor; y consequentar, cuando ninguna cosa criada sobre la haz de la tierra puede amar en sí, sino en el Criador de todas ellas. Asimismo, cuando lanza lágrimas motivas a amor de su Seńor, ahora sea por el dolor de sus pecados, o de la pasión de Cristo nuestro Seńor, o de otras cosas derechamente ordenadas en su servicio y alabanza. Finalmente, llamo consolación todo aumento de esperanza, fe y caridad, y toda leticia interna que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salud de su ánima, quietándola y pacificándola en su Criador y Seńor.
ii.       Llamo desolación todo el contrario de la tercera regla, así como oscuridad del ánima, turbación en ella, moción a las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones, moviendo a infidencia, sin esperanza, sin amor, hallándose toda perezosa, tibia, triste y como separada de su Criador y Seńor”
b.      ¿Qué causa estos estados de consolación y desolación y su alternancia?
i.         Para Ignacio, al igual que para Juan de la Cruz, los estados de contemplación y la consolación que ella conlleva dependen de la voluntad divina; son don, son gracia.
ii.       En cuanto a los períodos “bajos” de desolación, Ignacio parece coincidir en líneas generales con Juan en cuanto a sus causas, si bien añade en forma explícita la acción del demonio. Así, en su regla nona Ignacio sostiene lo siguiente: Tres causas principales son porque nos hallamos desolados:
·         la primera es por ser tibios, perezosos o negligentes en nuestros ejercicios espirituales, y así por nuestras faltas se aleja la consolación espiritual de nosotros;
·         la segunda, por probarnos para cuánto somos, y en cuánto nos alargamos en su servicio y alabanza, sin tanto estipendio de consolaciones y crecidas gracias,
·         la tercera, … para que internamente sintamos que no es de nosotros traer o tener devoción crecida, amor intenso, lágrimas ni otra alguna consolación espiritual, mas que todo es don y gracia de Dios nuestro Seńor.
iii.      Si bien Ignacio no hace referencia al demonio en el texto recién citado, ya en una regla anterior –la séptima- lo ha mencionado: El que está en desolación considere cómo el Seńor le ha dejado en prueba, en sus potencias naturales, para que resista a las varias agitaciones y tentaciones del enemigo;
iv.     En las reglas 12 a 14 Ignacio enseña sobre las estrategias o astucias que usa el demonio a fin de aprender a defenderse de él. Dice así:
·         El enemigo se hace como mujer en ser flaco por fuerza y fuerte de grado. Porque, así como es propio de la mujer, cuando rińe con algún varón, perder ánimo, dando huida cuando el hombre le muestra mucho rostro; y por el contrario, si el varón comienza a huir perdiendo ánimo, la ira, venganza y ferocidad de la mujer es muy crecida y tan sin mesura:
·          Asimismo se hace como vano enamorado en querer ser secreto y no descubierto.
·         Asimismo se ha como un caudillo, para vencer y robar lo que desea; …… por donde nos halla más flacos y más necesitados para nuestra salud eterna, por allí nos bate y procura tomarnos.
v.       En las reglas para mayor discreción de espíritus, en las que Ignacio entra a hilar más fino, pone al alma en un verdadero campo de batalla en el que combaten fuerzas del bien y del mal a través de actores espirituales concretos: Dios y sus ángeles buenos por un lado, y el demonio y sus huestes por el otro. Cabe recordar al respecto que Ignacio fue militar y estando recuperándose de una herida en el campo de batalla descubre el camino religioso. Dice así: Propio es de Dios y de sus ángeles, en sus mociones, dar  el enemigo induce; del cual es propio militar contra la tal alegría y consolación espiritual, trayendo razones aparentes, sotilezas y asiduas falacias.”

3.       Comparando caminos místicos de San Ignacio y de San Juan de la Cruz
a.      Si bien ambos maestros espirituales sostienen que la experiencia de comunicación amorosa con Dios es algo dado por El, es gracia, la forma de prepararse a ese encuentro es diferente. Ignacio parece priorizar el esfuerzo personal en alerta activa contra las maniobras del maligno. Juan, en cambio, privilegia la quietud interior y receptividad activa. Para Juan el alma se identifica con la esposa del cantar de los cantares; para Ignacio el alma es más bien un luchador, un guerrero, que debe discernir con inteligencia aguda entre las influencias divinas y las del maligno que combaten por apropiarse de su alma.
b.      Algo común a ambos es que los altos y los bajos en la contemplación (Juan) y las experiencias de consolación y desolación (Ignacio) son estados de conciencia con una fuerte carga emocional. La imagen del fuego es compartida: Ignacio habla de “”inflamarse en amor”; Juan dice que el noveno grado de amor “hace arder al alma con suavidad”. Más que una experiencia de “luz” que esclarece la conciencia con un conocimiento inteligible, se trata de una experiencia de “calor”, emocional, de unión con el Otro sin fundirse en El.
c.       También es común a ambos que tanto su “experiencia cognitiva espiritual” -si la podemos llamar así-, como sus enseñanzas en este campo se construyen en el marco de una “concepción de mundo” en la que lo sobrenatural es componente indiscutido de lo real. Y se trata de una concepción del ámbito sobrenatural que se basa en la ortodoxia católica de siglo XVI, tiempos de contra-reforma y de inquisición. El mundo real en el que viven tanto Ignacio como Juan no sólo tiene bosques, ciudades y catedrales, sino que también ángeles custodios y demonios, así como un Dios creador del universo, misteriosamente tri-personal, que ama a los humanos, se molesta con sus pecados y se complace con sus comportamientos virtuosos y oraciones. Un Dios que aunque vive en las alturas es tremendamente cercano a cada uno de sus hijos porque les ama, por lo que es posible hablarle en oración e incluso intentar acercarse a él en contemplación. Un Dios que es también justo, que premia a quienes observan su ley y que castiga a quienes la violan. Ignacio y Juan se saben poseedores de un alma inmortal cuyo destino final no es seguro, depende mucho de ellos, y puede ser o el Cielo (pasando quizás antes por el Purgatorio para terminar de purificarse) o el Infierno, lugar donde los resucitados en la segunda venida de Jesucristo que hayan sido encontrados culpables en el Juicio Final irán a pagar con penas eternas sus ofensas a la divinidad, ofensas inmensas no por la importancia del ofensor, sino por la infinita dignidad del ofendido.
d.      La concepción de mundo o cosmovisión que comparten Ignacio y Juan expresa un paradigma patriarcal en el que el concepto de Dios se inspira en la figura del monarca absoluto del los imperios de la antigüedad. La relación entre el monarca y el súbdito es vertical. La lealtad al monarca se expresa en sometimiento. Lo que se recibe del monarca es por gracia, no por mérito. (ver nota 1 a pie de página).
e.       Subyace también en esta concepción de mundo un dualismo bastante acentuado según el cual la condición humana encarnada, terrenal, implica impureza, lastre que impide ascender hacia la contemplación divina.

4.       A modo provisorio de conclusión
Al inicio de estas notas me pregunté si estas experiencias y caminos místicos de dos santos de la Iglesia Católica implican una vía confiable de conocimiento de un “orden espiritual” de la realidad, no alcanzable por la vía de la percepción, de la elaboración racional y del examen por mi conciencia refleja de mis propios procesos mentales, o si se trata más bien de experiencias auto y/o hétero-inducidas, que caerían en lo que Luis Razeto denomina el orden de realidad fenomenológica. Tiendo a pensar de manera provisoria que esta última alternativa es la más válida por las siguientes razones:
a.      La fe aparece a la raíz de la experiencia mística. Como el propio Juan de la Cruz enseñó –y anotamos al principio de esta búsqueda- , “la fe ardiente y vívida es el principio de la experiencia mística”. Si bien la doctrina católica enseña que la fe es un don de Dios, desde la perspectiva de las ciencias sociales la fe religiosa en general –especialmente en el caso de estos dos santos que nacen y crecen en familias y comunidades cristianas-- es aprendida en un proceso de socialización, al igual que todas las otras creencias, saberes y valores compartidos por el grupo social de pertenencia. La fe es un saber cierto sobre el lado oculto de la realidad. Oculto para el creyente, porque en algunos contenidos de fe se trata de creer en lo que otros conocieron. Es el caso, por ejemplo, de la creencia entre los cristianos en la resurrección de Jesús, que habría sido verificada personalmente por María Magdalena y varios discípulos y cuyo testimonio fue transmitido luego de generación en generación. En otros casos se trataría de conocimientos revelados por Dios a un humano elegido por El, que sería el caso de Mahoma y las enseñanzas contenidas en el Corán. Por último, al menos en la Iglesia Católica, hay un conjunto de dogmas elaborados por teólogos y aprobados por concilios que son también contenidos de la fe, como es el caso del de la Santísima Trinidad, la doble naturaleza –humana y divina- de Jesús, y la inmaculada concepción de María, su madre.
b.      Una fe ardiente y vívida: Cuando hablamos de camino místico, como lo dice Juan de la Cruz, no se trata de una fe corriente, de una fe por simple inercia cultural, sino de una fe ardiente y vívida. No de una fe que sólo se “tiene”, sino en la cual se vive día a día; en la cual la vida adquiere sentido y valor; que mueve, motiva y emociona. Tiendo a pensar, con la mirada de un agnóstico, que ese tipo de fe es condición necesaria y suficiente para que se produzca la experiencia mística de encuentro amoroso con Dios, independientemente de que ese Dios exista o no fuera de la mente de la persona que la vive. Confluirían para que esto ocurra tres factores. Uno es la capacidad casi ilimitada de nuestra mente para generar imágenes, situaciones de vida y emociones con desconexión actual del mundo objetivo, como ocurre en los sueños. Otro es el deseo vehemente de que esa experiencia tenga lugar, que puede convertirse en motivación central y prioritaria de la vida del candidato a místico.   Lo tercero sería la utilización de un método adecuado, como los propuestos por Juan de la Cruz e Ignacio.
c.       ¿Auto-inducción? Estos dos últimos factores resultarían en la auto-inducción de experiencias místicas. Entre los 15 y los 25 años fui primero, aún en el colegio, candidato a la vida religiosa con los jesuitas y luego, por 7 años, seminarista de la Compañía de Jesús en camino hacia el sacerdocio. En ese largo tramo de mi vida realicé en numerosas ocasiones la versión abreviada de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio y por una vez su versión extendida de cuatro semanas de duración. Se me enseñó ahí a meditar y a practicar la meditación diariamente. Aprendí también las reglas de discernimiento de espíritus y experimenté la consolación y la desolación espiritual. La meditación tenía a menudo por propósito superar la desolación y alcanzar estados de consolación. Era en gran medida un ejercicio de auto-inducción de imágenes y de estados emocionales en torno a  situaciones específicas, como por ejemplo Jesús recién nacido en el pesebre o muriendo en la cruz. Se entendía en ese contexto de fe que la consolación alcanzada era un don de Dios, era su respuesta amorosa a mi esfuerzo por sintonizar con Él, y así lo viví muchas veces. Tuve al menos en un par de ocasiones encuentros místicos negativos, si podemos llamarlos así. Fueron pesadillas. En una me estaba duchando y sentía que en el calor del agua con que me bañaba me entraba en el cuerpo el demonio. En otra oportunidad desperté en medio de la noche con la sensación de que el maligno estaba detrás de la cabecera de la cama y me presionaba los hombros con fuerza. Me puse a orar para espantarlo y lo logré. Recordando hoy estas experiencias, tiendo a pensar que sí, que estuve en comunión amorosa con Dios en momentos de consolación, pero que fue con el Dios de mi fe que habitaba en mi mente y corazón. Tuve también experiencias de espanto con el demonio, pero era con el demonio de mi fe, para mí en ese entonces tan real como los océanos y las montañas.
d.      La desolación, ¿experiencia mística?. La desolación, al igual que la consolación, requiere una fe ardiente y vívida. La madre Teresa de Calcuta ilustra esta situación. Vivió por más de diez años en profunda desolación la que manifestó a sus confesores en correspondencia privada que fue publicada recientemente. Se refería a ese estado como “mi oscuridad” y a Jesús como “El Ausente”. Imagino que antes de ese período debe haber experimentado estados de consolación. Su amor por Jesús era total. Escribió “Quiero amar a Jesús como El nunca ha sido amado antes”. Su entrega amorosa a los más sufrientes por amor a Jesús la conocemos. Sufría así la “oscuridad” porque anhelaba recibir la “luz” que había conocido y recibir una respuesta amorosa de quien amaba tanto. Hubo un confesor jesuita –el padre Joseph Neuner- que logró que ella apreciara su desolación como un regalo muy especial de Jesús, quien le permitía así unirse a él en sus momentos de agonía. Esta racionalización de la desolación basada en la propia fe me resulta repugnante porque imputa a Jesús un comportamiento amoroso masoquista. Independientemente de mi opinión, cabe señalar que aquí se logró mediante un discurso inteligente basado en los contenidos de la propia fe conseguir que una experiencia de desolación se convirtiera para la madre Teresa en una experiencia especialísima de unión amorosa mística con el maestro amado.



[1]   En mi opinión aparece aquí el criterio de valoración propio del paradigma patriarcal, el eje vertical de valoración, la distancia infinita entre el Señor y el súbdito, que hace que nada de lo que éste haga esté a la “altura” del señor. El concepto de amor que de aquí resulta es enfermizo, por decir lo menos, porque resulta en abuso no compasivo del poderoso y constante insatisfacción del inferior por su incapacidad para cumplir los niveles de exigencias del Amado. Si un nieto mío de cuatro años me regala un dibujo burdo donde apenas se adivina un hombre con barba y me dice “este eres tú, tata”, se lo voy a agradecer inmensamente y mi corazón se va a alegrar porque lo sentiré como una muestra de amor. Jamás le diría “qué mal hecho tu dibujo, yo no soy tan feo, esfuérzate para dibujar algo mejor”. En el verdadero amor importa más la pureza de la intención que la calidad o perfección de la obra …. Pienso yo.

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